“Eres un Amo de mierda.”

Se reían en corrillo, como si fuesen las Spice Girls de la sumisión, a cada cual más gilipollas. Se sentían no solo partícipes sino líderes de esa corriente de la New Wave of Sumisas Heavy Metal en dónde el dolor, la sangre, los cortes profundos, las velas agotadas en sus coños o las agujas perforando sus pezones, sentirse colgadas del techo y hostiadas en pos de la entrega, eran la panacea de la misma. Cualquiera que se saliese de esas directrices era una puta mierda. Era curioso cuanto menos pensaba mientras en mi mano jugueteaba con una púa de 0,75 mm. Aparentemente un objeto de todo menos peligroso. Pero ellas seguían a lo suyo.

“Así que tú hablas”, prosiguieron entre risas, “por lo tanto terminas dominando por aburrimiento, ese dolor sí que es insoportable, yo al menos no podría con él”, dijo otra entre carcajada y carcajada. Se sentían poderosas y yo solo podía sonreír. Dejé la púa sobre la mesa, entre dos vasos de tubo medio llenos. “Ni siquiera sé cómo te puedes denominar a ti mismo Amo. A mí me daría vergüenza estar con alguien como tú.” Los ataques no eran gratuitos, eran sandeces simplemente, pero estaba bien que se vaciasen en aquellos momentos mientras me contaban sus experiencias con sus amos de verdad, esos de los que ellas se sentían esclavas, esos a los que les daban toda la sangre si ellos lo requerían porque esa era su única misión en la vida. Divertido me parecía a mí.

Dejé de sonreír.

“El dolor se puede controlar, más o menos, todo depende de vuestra tolerancia, pero lo hacéis porque sabéis hasta donde van a llegar, ni más ni menos…” Me cortaron antes de terminar. “En serio, tú eres idiota. Mi Amo sabe cuando parar y sino para eso está la palabra de seguridad, algo que jamás hemos necesitado, porque yo sé donde están mis límites y él también”. Me dijo gritando.

“Ninguna de vosotras sabéis una puta mierda del dolor. ¿Dolor físico? Con esa púa puedo daros más dolor del que jamás habéis soportado. Sería interesante ver vuestras lágrimas de sufrimiento ahora que sois tan arrogantes. Aguantáis el dolor porque es un dolor conocido y eso, queridas, es una mierda. Que en el fondo es lo que sois, esa mierda que se pisa y se queda en la huella de mis botas y que solo se quita dando pisotones en el suelo y restregando la suela contra la tierra. Esa mierda sois. Pero, ¿qué sería del dolor físico si antes no podéis aguantar la presión psicológica de lo desconocido? Y os aseguro que ninguna de vosotras aguantaría una sesión de esas.”

Ya no reían porque la ofensa ridícula les hizo ponerse en tensión, se sintieron ultrajadas en su fuero más interno como sumisas. Ahora entendían como se sentían aquellas a las que despreciaban.

“Pero comencemos. No soy amo, ni quiero serlo ni lo necesito habiendo sumisas como vosotras. Si pensáis que sois mejores que las demás y que yo solo aburro con mis palabras, intentad coger la púa.”

Se quedaron sorprendidas por petición y todas hicieron el gesto de desprecio universal. “Que te den” dijo una de ellas sin dejar de mirar de reojo la púa. Empezó el juego. “No lo hacéis por miedo, quizá por respeto a vuestro amo, pero lo pensáis y eso os hace malas sumisas. ¿No era el dolor lo que os movía? Yo os puedo dar más del que conocéis y del que habéis soportado. Tan solo tenéis que intentar coger la púa” Les oía pensar, renegar, maldecir, algunas incluso reían nerviosas. En realidad pensaban que era imposible todo lo que decía, pero la púa seguía estando en ese lugar.

“Cuánto más cerca esté vuestro pensamiento de esa púa, más alejadas estaréis de vuestra sumisión pero más cerca de un dolor colosal”. A esas alturas necesitaba una cerveza.

 

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