La pluma ligera creaba filigranas en la piel, de manera enfermiza no dejaba de escribir hasta que no había un pequeño resquicio de piel libre de tinta. Se secaba el sudor con el dorso de la mano para que no cayese sobre lo escrito y en su febril disposición se imaginaba a Sade escribiendo prisionero en la Bastilla o en Vincennes ingeniándoselas para ocultar sus manuscritos, concentrado en sus oscuros y alocados pensamientos, despreciando la virtud y la castidad, arengando loas hacia la amistad y señalando sin rubor la corrupción de la sociedad francesa. Pero él no era Sade ni estaba prisionero, ni el papel en el que escribía debía esconder cada uno de sus deseos ni pasiones, ni las malinterpretadas virtudes y los ensalzados vicios.
El sexo es el desahogo le decía en susurros, necesario, impredecible, exagerado si quieres. Llegar a ese límite de excitación antes del roce, del arañazo, del corte o del azote, ese camino tortuoso para algunos para otros son rápidos de aguas bravas que engrandecen mi ánimo. Cuando se separó y contemplo lo escrito sobre el cuerpo desnudo se sintió satisfecho. Ella, amordazada e inmovilizada gemía o sollozaba, daba igual. Le parecía una hermosa disposición de emociones y sentimientos con el cuerpo flexionado. Se limpió el resto de la tinta en su propio cuerpo, disfrutando del roce íntimo de los ojos de ella, clavados en su pecho, notando la respiración mientras descendía por el abdomen hasta su polla erecta. Agarró con violencia el cuerpo y lo colocó a cuatro patas con la cara apoyada en el suelo, creando un triángulo maravilloso.
La primera embestida fue tan lenta que el tiempo se aceleró como si entrase absorbida sin remisión en un vórtice de deseo y placer. Las siguientes siguieron el ritmo de la lectura mientras seguía las letras escritas en la espalda remarcándolas con la punta del cuchillo. La voz se incrustaba con negligencia en su consciente, reverberando con sonoridad y sintiendo que estaba inmersa en una enorme campana mientras el deseo golpeaba una y otra vez el bronce tañido con desesperación. La voz se convertía en gemido y en gruñido y las letras de tinta a emociones. La carne se prensaba entre sus manos y su polla moldeaba su esencia. Nada de cuidado, nada de dulzura, porque la vida era amarga le decía, la sumisión no es azúcar, ni caramelo ni chocolate, la vida es la mezcla de los sinsabores, de lo amargo y lo agrio, de lo ácido y lo salado y todo ello sin conocerlo, no resulta doloroso, resulta insípido. Pero aquellas palabras que no eran más que recuerdos se mezclaban con la lectura de aquellos gemidos, de los efluvios del sexo violento y compartido, de la carne malcriada y de la sangre aún no derramada. Ven a mí le decía ella, clávame tu vida y tu muerte, deja de ser lo que aparentas y conviértete en la bestia que escondes.
Saboreó la sangre y con ello la vida, mucho más en un instante de lo que la mayoría puede sentir en toda una vida. Pasó entonces la mano por el coño, empapándose de ambos y borraron juntos aquellas palabras que ya habían perdido todo significado. Mañana, le dijo, volveremos a escribir en tinta y gemidos las tareas domésticas que tendremos que abordar.
Wednesday