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Se sujetaba a las cuerdas con tanta fuerza que sentía como la columna se estiraba sin límite mientras los músculos soportaban  la tensión del descontrol. Formaba una X perfecta que solo se desdibujaba cuando intentaba retorcerse sin mucho éxito. El sudor hacía brillar su vientre y las sabanas hacía mucho ya que estaban empapadas. El olor a sexo era tan fuerte como el cuero del que estaba rodeada. Desnuda, indefensa, atada, con los ojos tapados, aguantaba los gemidos que se ahogaban en la comisura de los labios. Se mordía tanto para soportar aquella carga de placer que solo el dolor era capaz de amortiguarlo. Él, a lo suyo, a su lado, sin tocar la piel que tanto le ansiaba, movía con precisión el Hitachi que desde hacía mucho estaba a máxima potencia deslizándose por los alrededores del clítoris. Cada vez que se acercaba a él, las piernas temblaban de la misma manera que lo harían si intentasen soportar un peso imposible. Cuando temblaba, la cara sucumbía a una sonora bofetada que le devolvía de esa onírica fantasía a una realidad dolorosa. El orgasmo estaba al borde del abismo del placer, observando el paraíso, el jardín rebosante de vida y de agua. Y por más que lo deseara, por más que se dejase sucumbir por el canto de aquella fruta madura y olorosa, clavaba los dientes en el borde provocando de nuevo el dolor y con ellos el sabor metálico de la sangre, frenaba el ímpetu del salto.

Y sabía que si se dejaba llevar sería aún peor. Cada bofetada era un paso atrás para llegar a ese edén. De golpe la tensión desaparecía, las puertas se cerraban y la luz dejaba de iluminar sus deseos. Entonces era la voz la que reverberaba en su interior, los dedos recorrían los surcos sacando la mejor música, blues antiguo, jazz improvisado, metal templado y ella de nuevo comenzaba a cantar con esos gemidos del soul que solo una voz entrenada conseguían producir. Las vibraciones volvían, y la tensión comenzaba a tirar de la columna de nuevo, las puertas se abrían y el precipicio se atestiguaba de nuevo iluminado como nunca, iluminado como siempre. Las cuerdas de nuevo eran su sustento y los dientes se volvían a clavar una y otra vez en las mismas heridas, amoratando los labios de nuevo.

Los segundos eran horas y el tiempo se volvía tan flexible como su cuerpo mientras los temblores de nuevo comenzaban en sus piernas y se trasladaban a los brazos. Los gemidos se escapaban ante la imposibilidad de retenerlos, la boca poco a poco se abría para dejar salir la fiera del placer extremo. Él apretó la máquina contra el clítoris, fuerte, dejando caer parte de su cuerpo en el movimiento que clavó el cuerpo en la cama. Cuando el grito pugnaba por salir de la garganta, apretó su cuello con tanta fuerza que los ojos se volvieron blancos, exhalando el clímax silencioso mientras el cuerpo se retorcía y las lágrimas corrían desde el puerto de los ojos hasta las sábanas. Aquel orgasmo se quedó en su mano, mordiendo el aliento sin dejar escapar nada mientras los estertores tensaron las piernas y éstas se cerraban como una trampa mortal, evitando que cualquier presa se escapase. Intentaba engullir la mano y la máquina mientras éstas, luchaban hasta el final para salir victoriosas. La presa se convirtió en cazador y aquella flor carnívora finalmente se abrió, jugosa, empapada y con todos los colores del paraíso.

 

Wednesday

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