Miraba aquel campo con pasión, con su vida, la mezcla de sudor, esfuerzo y lectura. Nunca Unamuno había estado más presente recordando aquel fragmento que él le había hecho leer una y otra vez.
“Recórrense a las veces leguas y más leguas desiertas, sin divisar apenas más que la llanura inacabable donde verdea el trigo o amarillea el rastrojo, alguna procesión monótona y grave de pardas encinas, de verde severo y perenne, que pasan lentamente espaciadas, o de tristes pinos que levantan sus cabezas uniformes.”
Se lo leía al caer el sol, cuando la luz se reflejaba esplendorosa sobre el campo mientras éste bailaba con la brisa. Se lo leía al amanecer, oculto tras el humo del café recién hecho. Lo memorizó sin mucho problema y lo recitaba cuando se sumergía entre las espigas para comprobar si el grano estaba a punto de ser recolectado. Se convirtió en la quintaesencia de su relación y durante mucho tiempo, con el texto ya memorizado, intentaba darle el sentido que debía tener.
Cuando hablaban durante la noche, el tiempo de las conversaciones se medía por el movimiento del cinturón de Orión, lento como el segundero de un reloj estropeado, y mientras el té y la cerveza depuraban los pensamientos intentaba explicarle el motivo de aquella lectura. Le gustaba como la voz transportaba el conocimiento de un lado a otro, la experiencia y el bagaje se quedaban en los bolsillos de sus vaqueros raídos porque entendía que no eran necesarios para aquel viaje. Señalaba el campo de trigo hasta donde el verde o el oro, dependiendo de la época se confundían con la línea del horizonte o las nubes expectantes. luego golpeaba con los pies descalzos la madera del suelo del porche. Lo hacía con fuerza en su afán de clavar la casa aún más a la tierra. Después se acercaba y con un pañuelo polvoriento le limpiaba el sudor de la frente para terminar haciendo lo mismo en la suya.
Bebía entonces de la botella llenándose el gaznate de espuma bulliciosa, se levantaba y bajaba hasta la arena. Apretaba el pañuelo entre sus manos y las gotas de sudor caían levantando algo de polvo. Entonces se daba la vuelta y le contaba la misma historia de un millón de maneras diferentes. Le tendía la mano con el brazo completamente extendido y ella de un salto agarraba con fuerza su hombro. Él sin embargo no se movía. Con las piernas abiertas y los pies clavados en el suelo parecía una estatua imposible de mover. Luego abrazaba su cuerpo con ligereza sorprendente.
Lo que nos une son tres pilares esenciales. Lo que nos une a la tierra, los que nos une a nosotros y lo que nos une al entorno. Lo primero en nuestro sudor, lo que ofrecemos y recibimos, por eso te señalo el campo, por eso te señalo el trigo danzante. Lo que nos une a nosotros son nuestros brazos, la necesidad de ellos, las sonrisas y los llantos, el placer y el dolor, la lujuria y el deseo, el cuidado, ¡son tantas cosas que afianzarlo es una tarea titánica!
Entonces separaba su cuerpo mientras miraba en una extraña mezcla de pasión, amor y locura y ella se daba cuenta de cuanto le amaba. Luego los flashes de sus noches o sus mañanas, las imágenes deslavazadas de cuando la virulencia de sus dedos atravesando su carne y hurgando en su mente. Los juegos en los que, inmovilizada, él se despachaba a gusto enfrentando ese yo voraz con la ternura. Recordaba entonces cuando se refugiaba en cualquier esquina de la casa para llorar y para reír al mismo tiempo, para disfrutar de aquellos instantes que algún día acabarían y hacía lo posible para mantenerlos en sus recuerdos lo más vivos posible.
El entorno, continuó. Eso es algo que sólo podemos hacer tú y yo. Es algo que sale de nosotros y no al contrario. Es lo que mantendrá unido los dos primeros pilares, lo que fortalecerá cada uno de los bloques de esta construcción y nunca podrá ser al revés. Porque cuando eso suceda, se terminó la botella y la tiró lo más lejos que pudo, cuando eso suceda, cada bloque de la unión se doblegará, caerá y lo que nos une a nosotros desaparecerá y no habrá nada que esta tierra pueda ofrecernos ni nosotros a ella. Ese campo en nuestra libertad, la conjunta y la individual. Pero no olvides algo importante, Nuestro trigo, lo que nos alimenta, es nuestro dolor. Y de eso, ambos sabemos mucho.
Wednesday