Un día en las carreras – II –

La pregunta me pilló desprevenido, seguramente porque andaba absorto en esa línea infinita que se convertiría en charco, lago, océano y cáliz de vida. No es fácil de explicar, le dije. Intentaba no ser pretencioso. Los dominantes no somos infalibles y lo sabemos todo y yo, desde luego no sabía que suponía ser sumisa, pero si sabía con certeza que es lo que una sumisa buscaba cuando acudía a mí.

Esta bufanda, continúe, tiene algunas cosas que decirte al respecto. No entendió al principio hasta que sintió la lana perfumada rodear su cuello. Su cuerpo se paralizó y se tensó como el arco de un viola. Tiré hacia mí, despacio, sin presión y ella dejo caer el cuerpo sobre mi pecho. Mi mano tensaba la bufanda, comprimía su cuello poco a poco y su boca se fue entreabriendo, buscando algo más que aire. Pude oler su perfume, su piel, su sudor. Temblaba.

La primera oleada siempre llega con los susurros, penetran mucho más profundo que los dedos, perciben con precisión hasta donde será capaz de dejarse llevar. Es la punta de lanza, unos bandidos hijos de la gran puta que sin que se de cuenta, separan piernas y llevan el paraíso a su sexo.

Tartamudeó algo, imperceptible, sonreí. ¿Qué pensará ella de que estrenes las medias antes conmigo? Fue una pregunta estúpida y se dio cuenta cuando pidió disculpas. Le di la vuelta mientras ataba sus muñecas y con mi cuerpo empujaba el suyo a la trastienda sin dejar mirar sus ojos. Agarré su cuello con una mano y estampé su tembloroso cuerpo contra la pared. Saqué el cuchillo con la otra, se lo enseñe y sintió lo frío del metal en su mejilla. Noté su miedo y su, por favor, rómpelas.

Levanté la falda con la punta del cuchillo arañando su piel y sacando un pequeño chillido. Volteé la hoja al llegar a su ingle, contuvo la respiración y arrasé la tela hasta el tobillo. Sentí su orgasmo cuando sus rodillas no pudieron soportar el peso de su cuerpo.

Me arrodillé. Acaricié su mejilla ardiendo con la mía.

Te dije que las medias eran para mi sumisa. Y así ha sido.

Me levanté, me rodeé con la bufanda ya desatada de su piel y me fui con sus efluvios orbitando alrededor de mi cara

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