El mármol blanco era de todo menos frío. Subía las escaleras ante la mirada atenta y el rumor de los presentes. Fieles, feligreses, acólitos, rodeados del sonido grave de los cuchicheos. En las primeras filas los de siempre, los que rápidamente gritaban aleluya y sentenciaban los mensajes con un rotundo amén. Detrás, los que mantenían el silencio, los que mantenían el miedo y los que se escondían de la mirada escrutadora de los demás. Subía las escaleras con ese sonido tras de sí y una creciente sonrisa. El orgullo es lo que tiene, evita que te des cuenta de que casi todo lo que haces es estúpido porque está adornado de una fina capa de superficiales liturgias.

A ella todo aquello le daba igual. No necesitaba mirar, de hecho, si el vacío lo hubiese copado todo sería incluso más feliz. Con la mirada le buscaba, quizá inconscientemente buscaba cierta reafirmación, aunque sabía perfectamente que era completamente irrelevante. Había descubierto tarde que lo que de verdad se necesita está bastante alejado de lo que de verdad creemos desear, pero aquello que buscaba ya no estaba. Lo que antes era el sofoco de la piel ardiendo por la necesidad y el deseo se convirtió en un instante en sudor frío y miedo. Como el nihilista pasivo se sintió perdida sin el sustento, sin aquel soporte inquebrantable que mantenía su soledad intacta porque era de él.

Pero ahora, ¿de quién era? ¿de quién iba a ser? Aquellas preguntas trascendentales se quedaron atrapadas en su garganta, a medio camino entre el ahogo y el grito desesperado. En aquel instante comprendió que la vida se había parado, ni siquiera se había vuelto más lenta. Como si con un muro se hubiese topado, un muro infranqueable e infinitamente alto sólo le quedaba girarse y sonreír a aquellos que la observaban y que jamás sabrían que ocultaban sus ojos. Lloró por dentro para no enseñar las lágrimas de sangre que brotaban de su corazón y esbozó una sonrisa que el maquillaje disimuló. No estaba sola, pero se sentía sola. No había silencio a su alrededor, pero no escuchaba nada.

La brisa puede ser tan poderosa que puede arrebatártelo todo sin que la hayas notado. No como el huracán que lo ves venir y aunque no puedas esconderte de su fiereza, te prepara para su envite. Aquella tiró todo el castillo de una vez y no había nada que se pudiera hacer para evitarlo y lo que era peor, para arreglarlo. Aquel día fue un día especial y el dolor en el pecho se tornó inmenso. Nunca se iría.

Wednesday

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