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En las situaciones y momentos más atribulados, en los vacíos creados alrededor de nuestros pesares y cuando la agonía comienza a escarbar en nuestro cuerpo abriéndose camino hasta llegar a las entrañas, los gestos nos sobreponen y consiguen que alcemos ligeramente el mentón. A veces esa luz cegadora, las misma que intenta hacernos olvidar las esmeraldas y el carbón mecido por el viento, consigue el efecto contrario. La lucha permanente en los momentos de mayor paz es la que nos permite seguir adelante con un propósito. Nada queda atrás si uno no quiere, si no desea ver como lo que insuflaba calor en el pecho se pierde en las arenas del tiempo. Mirar hacia abajo sólo te deja ver lo inmediato y lo inmediato nunca sirve para construir el futuro.

Sus pasos iban descompasados, como los de los músicos inexpertos que se reúnen para improvisar algunas canciones. Tardan tiempo en seguir el ritmo, en acompasarse. A ellos les tomo casi una eternidad, pero cuando lo hicieron sus respiraciones eran sinfonías. Las piezas musicales tienen tantas variantes, tantos matices que se acostumbraron a ir siempre al mismo paso y cuando terminó el primer movimiento no supieron como acometer el segundo. Y era entonces cuando no supieron que hacer y guardaron silencio, por miedo a romper el ritmo, por miedo a pisarse los compases, por miedo.

Sin embargo, Boccaccio lo desarrolló maravillosamente en el Decamerón cuando hizo que el miedo sólo fuese el hilo conductor de sus historias para que sus personajes se distrajesen. Para ellos el miedo se había convertido en un muro insalvable que ni siquiera la madurez era capaz de asaltar. Y allí estaban ellos, uno a cada lado, mirando hacia abajo, con la base del muro frente a sus pies, observando su presente y pensando en su pasado, en aquellas melodías en las que los gemidos y los gritos suponían el clímax de cada pieza, en la que la imaginación y las fantasías pintaban un maravilloso mundo en el que los dos eran dioses y en el que hacían lo que más deseaban, amarse.

Él escuchaba el silencio al otro lado, la parsimonia del aire quieto, la ausencia del trino y la respiración. Esperaba una señal, un simple cambio imperceptible para cualquiera, pero no para él. Pasó el tiempo mirando hacia abajo, acumulando recuerdos e imágenes, llenándose de una paz que no deseaba ni quería. Entonces alzó la mirada y el brazo, acertó a tocar el muro con la palma de la mano y lo notó frío. Su piel cálida era lo único que podría derribar aquella pared y darle un poco de vida con la esperanza de que ella, al otro lado, lo sintiera y aunque todo se quedase igual para siempre, notase la calidez que había al otro lado y que todo no se había quedado en un simple y maravilloso recuerdo.

Porque siempre, cuando todo parece que se acaba, siempre hay un poco de vida.

Wednesday

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