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Lo que se necesita… Pensaba en aquello que le había llevado hasta aquel puerto. Pensaba en los vientos favorables, en las tormentas desatadas en alta mar, en las velas izadas y desgarradas por las galernas, en la calma chicha cuando cerraba la mano apretando la de ella y haciendo crujir los huesos. Pensaba en el espanto que desde la costa le transmitían los viandantes de la vida ajena por cómo llevaba la suya. Entonces volvía la vista hacia el horizonte, allá donde el cielo se juntaba con la línea rasgada de aquella mirada joven e impertinente y ponía rumbo hacia aquellos confines. Lo que se necesita…

Cientos de puertos, buenos lugares en los que atracar y permanecer para siempre. Puertos que tarde o temprano, ya sea por los acordes infames de sus tribulaciones o simplemente por la insatisfacción que le transmitían las aguas tranquilas, abandonaba en pos de una vuelta a la lucha y a la perdición. Olvidando el rugido de los motores que llenaban de una estela de humo blanco cada uno de los encuentros. Ni islas desiertas, ni playas de coral, ni hermosas y cimbreantes palmeras eran capaces de retener su espíritu, partiendo de nuevo en el veloz esquife de no pertenecer a nada ni a nadie.

Echó el ancla en aquel mar que mecería a cualquier princesa y ahogaría a cualquier dragón. Lanzaba el sedal para proveerse de la frescura de la vida y escuchaba a las sirenas cantar sin descanso para que se zambullese en las cristalinas aguas. Sin embargo, reía. Reía tan alto que las estelas de vapor de los aviones se ondulaban evitando el contacto de su aliento. Ataba cabos pensando en unas muñecas, afilaba maderas que llegaban flotando plácidas con el cuchillo, recordando pieles que encurtía en el palo mayor. Repasaba el suelo barrido por las olas con las manos agrietadas como si amasara los pechos para dar forma a la quilla. Lo que se necesita…

La sed a veces era aterradora como el sol justiciero y el viento cortante, fuera del norte o del este. Cerraba los puños porque el mundo ya no era tan grande y cada vez había menos lugares en los que perderse. Lloraba de rabia por los errores y por los misterios que nunca fue capaz de desentrañar. Pero el roce ficticio, el de la vigilia que nos permite caminar en ese mundo tan cercano donde se combina la realidad con la imaginación le volvió a la realidad. El beso le trajo de vuelta notando el vaivén del barco acunado por el oleaje. Abrió los ojos y vio la sonrisa y la sangre en sus dientes.

Cerró los ojos para despedirse de la pesadilla del desencuentro. Un último vistazo antes de abrirlos y perderse por fin en el puerto de sus ojos.

 

Wednesday

 

 

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