Cuando has estado tanto tiempo brillando, aunque ese brillo haya sido artificial y normalmente ajeno a ti, quizá porque eran los demás los que barnizaban tu piel de los halagos más infames posibles, sucumbes a la negrura de un pozo excesivamente profundo. De algunos de ellos nunca se puede salir y a otros anhelas entrar, pero por causas que no vienen al caso, piensas que nunca estarán a tu alcance.
Miraba al cielo azul con el mismo deseo con el que los pies que pisan la arena ardiente de la playa desean sumergirse en la espuma del mar. Allí, inmóvil, con las cuerdas presionando lo justo, mecidas por lo envites ligeros de la marea, notaba como las fibras húmedas se pegaban a la piel. Las picas clavadas sostenían los nudos y disponían las extremidades en una postura algo incómoda. Los ojos se perdían en el azul continuo y la mente se hundía en la oscuridad de un pozo al que llevaba años intentando entrar comprobando que, en la caída, la piel hecha jirones se iba adhiriendo a la roca húmeda de sus perversiones. Las imágenes se agolpaban una tras otra e intentaba pintar un cuadro de todas las circunstancias que le habían llevado hasta allí y se dio cuenta de que había estado en aquel mismo lugar desde siempre. Pero aquello tan contradictorio tenía respuesta. Siempre había respuesta, recordaba que él le decía. Entonces las manos apretaban las cuerdas empapadas y tensaban sus músculos. Era ajena a sus propias emociones y sólo se revolvía cuando eran sus palabras resonando en su interior las que le indicaban el camino.
Ella había estado siempre ahí, atada, con sus deseos, con todas las emociones posibles que hacían que durante toda su vida se sintiera extraña, y sobre todo solitaria en un camino que ya veía de perfil e incluso sabiendo que jamás recorrería. Se ideó un plan por el cual ella, vivía la vida de otras, se imbuía de lo que otras en la imaginación de él sufrían y gozaban. Levitaba en cuerdas y saboreaba la sangre derramada, las agujas incrustadas en pezones que hacía suyos. Acariciaba con las yemas de los dedos aquel camino solitario y se aferraba a esa vida ajena para sentirse plena. Y lo consiguió, mientras lo demás no iba con ella, aunque fuera su vida más sensible. ¿Acaso podría superar aquella sensación de bienestar cuando cerraba los ojos y los latigazos recorrían su coño y resonaban en sus tetas? Sabía que no, que sería imposible y que como mucho, lograría lanzar alguna moneda al pozo esperando que sus deseos se cumplieran.
La sombra tapó el sol, el cuerpo mojado goteaba sobre el suyo y la luz le impedía ver su rostro. Hubiese sentido la cercanía desde el otro lado del planeta si fuera necesario, pero fueron sus pies los que rozaron las caderas. En su mano llevaba las bragas con las que había acudido al encuentro. Ya estaban empapadas antes pero ahora, el mar había impregnado el sabor salado a la tela y lo notó cuando las introdujo en su boca. Sin darse cuenta, sin previa instrucción ella abrió la boca de manera instintiva porque sabía lo que él deseaba. Mirar aquel camino desde el otro lado le había enseñado muchas cosas y conocer sus deseos era la prioritaria. Luego cerró la boca con una mordaza, apretó sus tetas con otra cuerda y se sentó a mirar la puesta de sol y ver como el agua cubría su cuerpo.
Ella tenía lo que siempre había ansiado, una puesta de sol desde el fondo del pozo de la perversión.
Wednesday