Acariciaba la pequeña manta que tenía sobre el regazo. Dejó de estar suave hace mucho tiempo, pero cuando la apretaba entre los frágiles dedos, le recomponía un poco el espíritu. Observaba con atención las conversaciones ajenas, disfrutaba de cómo el mundo había cambiado, al principio despacio para después, caer a trompicones por una especie de montaña rusa donde para su sorpresa, la opinión iba por los mismos railes que el coche que se lanzaba al vacío para después remontar la escarpada vía. Al final, lo único que cambiaba eran los viajeros que, aun teniendo distinta opinión que los que se habían bajado un instante antes, seguían yendo por los mismos railes. Se reía por dentro, pero una punzada de pesar le inundaba su corazón ajetreado.

Luego miraba las fotos, esas que aún se guardaban en papel por mucho que los más cercanos y jóvenes le exaltasen las bondades de lo digital. Seguía prefiriendo el papel brillante ya amarillo y con los colores en algún otro lugar, y las fotos rugosas en blanco y negro, llenas de ruido y de una vida inmóvil. Entonces reparaba lo mucho que luchó por ella y los demás, los suyos, los de su vida. Trabajando a diario interminables horas, rasgándose la vida para poder avanzar y mantenerse a la par que los demás. La vida no cambiaba, le decía su amor, la vida siempre es la misma, es vida y es sencilla. Cuando era joven le inspiraba ternura esa visión tan poco flexible. Pero luego se dio cuenta de su razón. La vida no cambia, cambian las personas que tampoco cambian, cambian sus gustos, sus temores, sus misterios. La vida no cambia.

De fondo, la juventud, no sólo con el mundo por delante sino con el presente ante sus ojos y el pasado en los recuerdos y las vivencias de gente como ella, empezaba a despreciar el conocimiento y las palabras. Porque ¿qué sabría ella de lo que es luchar en la actualidad, de lo difícil que es tener un hueco en esta sociedad donde la subyugación está en el verbo y en la mirada, donde la muerte diaria acompaña su lucha. Y quizá tuvieran razón. ¿Cómo ella iba a saber de esos temas, con sus arrugas de trabajo codo con codo con el sol y el frío, de las lágrimas de impotencia por haber sido silenciada como ser humano durante décadas, de haber cuidado y protegido a su familia, de haber llorado las pérdidas y las ganancias? Igual ella, en su mundo, en su propia vida despiadada tendría que soltar el lastre de la opinión porque fue educada en otra época y de la vida no sabe nada. Igual su experiencia está tergiversada y sus vivencias fueron el pan de la connivencia y ahora, las nuevas generaciones tienen más conocimiento y sabrán hacer las cosas mejor.

Aunque ella en lucha y coraje iba servida y su manta, cuando la apretaba en sus frágiles dedos, le reconfortaba el espíritu. Se había ganado poder pensar como quisiera y decirlo con la voz apagada y la risa muy viva.

 

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