Compartir nuestros designios es, ante todo, una cuestión demasiado personal como para, con cierto ventajismo, dudar de los motivos. Se me escapan las necesidades y, sobre todo, los objetivos. Haberlos sin duda los tiene que haber y me sigo preguntando, en esta creciente marejada de mediocridad, cómo es posible airear casi cualquier cosa con el fin de recibir a cambio unidades de crédito vitalicio sobre lo bueno o lo malo de hacerlo. No es una crítica a la exposición de nuestras vergüenzas o nuestros méritos, tan sólo es una revisión a nuestros modelos de decencia.

Nada de moralina, ni muestra de valores éticos. Cada uno hace lo que le place, a la espera de la buenaventura de los comentarios aliados y con el hacha preparada cuando el viento sopla en contra. Somos así, es inevitable el inmovilismo mientras nos pertrechamos, algunos de la valentía necesaria, para hacer ciertas cosas. Estar orgullosos de nuestros cuerpos dicen algunos, el orgullo de la genética que no pasa por alto los defectos ni los afectos. Quererse más como motivo vital porque si no, tenemos que aprender lo que significa la ansiedad. Un aprendizaje siempre dado por otros. Auto inculparse por la censura verbal o escrita, razonar que nuestros pensamientos a veces son fascistas y guardarlos no sea que haya un colectivo agraviado y nos pongan la cara colorada por un pensamiento expresado sin malicia, pero que contiene trazas de este nuevo neofascismo de retrete. Allá vamos con nuestras opiniones plantadas en nuestros huertos urbanos y dando lecciones a la agricultura milenaria porque éstos últimos ya no saben del consumo evolutivo y sostenible que hemos aprendido a base de escuchar gilipolleces y que internet ha puesto en las manos de cualquiera.

El BDSM no se escapa de estas corrientes tan modernas. El hedonismo ya no está en lo propio, en lo que uno vive o ha vivido. Ahora ha traspasado la barrera del yo y se ha convertido en el vosotros. Porque no hay nada que dé más placer que hacer público el bienestar, el desafío de los avances, en lo mucho que se es sometido o lo que se domina. La galería lo ocupa todo, escaparates repletos de vivencias, sangre compartida y heridas abiertas sin compasión expuestas para que otros tengan envidia mientras alaban la capacidad de hacerlo y sobre todo compartirlo. Una nueva sociedad de consumo, una nueva forma de compartir las cosas en la que es más importante detallar lo que se ha leído que disfrutar de hacerlo, donde los cuerpos sólo se disfrutan cuando se reparten las vivencias de los mismos o cuando el dolor propio sólo es bueno cuando se disfruta por lo ajeno.

¿Por qué guardarlo si mi necesidad está en compartirlo? No hay porqués realmente. Es una decisión personal hacer público lo que es privado. La respuesta inmediata no se puede controlar porque ni siquiera podemos controlar nuestras propias reacciones. Es peligrosa la necesidad de sentir que los demás tienen acceso a ciertas verdades que se convierten en dudas cuando las manejan personas ajenas a tu vida. Peligroso, excitante y fuera de nuestro control. Y esa falta de control ulterior es la que nos termina haciendo lidiar con problemas que se podían haber evitado si no fuéramos tan imbéciles. Comparte y perderás

Wednesday

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