Los viajes siempre fueron regalos imposibles de ofrecer. Por unos motivos u otros terminaban en el rincón de los deseos y éstos, cuando no se cumplen, terminan enquistándose en lo más hondo de cualquier relación. Ella estaba contenta, no dejaba de sonreír, sin embargo aquel vagón no era lo que tenía en mente. En mitad de aquella arboleda, después de haber caminado algo menos de treinta minutos, las ruedas oxidadas les daban la bienvenida. Cuando ella se giró, con una mueca en la cara, sólo vislumbró una amplia sonrisa. Este no era el paseo en tren que se había imaginado pero aquel entorno le hizo olvidar rápidamente el enfado por sentir haber perdido varias semanas planificando algo que no iba a suceder.

Subió detrás de él. Las ventanas estaban adornadas con cortinas opacas que dejaban pasar la luz cuando el aire mecía las telas creando un ambiente hipnótico y tenebroso. Desperdigados, aún había bancos y asientos que habían vivido numerosos trayectos ya olvidados. El suelo, desvencijado, estaba lleno de restos de metal, cristales y pequeñas brasas de hogueras pasadas. Soltó su mano y con la mirada y un gesto de la cabeza hizo que se descalzara primero y se quitase la ropa después. Aquella vez no se quedó mirando, como lo hacía siempre, y eso a ella le dolió un poco. Él se fue al otro lado del vagón y empezó a destapar unas enormes poleas metálicas, más parecidas a enormes engranajes que a otra cosa. Tras ellos, una reluciente cruz de San Andrés le hizo dar un respingo. El sonido del metal y el crujido del suelo por las pisadas consiguieron que entrara en trance.

Con los ojos todavía cerrados notó las correas de cuero apretarse alrededor de las muñecas primero y los tobillos después. El aire fresco del atardecer, que se colaba por las ventanas rotas, recorría sus piernas al mismo tiempo que el metal empezaba a chirriar. Luego el cuerpo comenzó a levitar hasta que estuvo colocado en horizontal, a mitad de camino del techo y el suelo. Abrió los ojos y le vio mirando desde abajo con una sonrisa. En la mano tenía cinta americana que fue despegando y enrollando alrededor de sus caderas mientas apretaba el Hitachi contra el clítoris. Lo encendió y se sentó al tiempo que se abría una cerveza.

Wednesday