La creciente expansión de esto tan molón que es el bdsm, ahora que tiene cierta buena imagen y sobre todo en las mujeres que se han leído una tras otra las novelas sombreadas, ha hecho lo que suele sucede en estos casos cuando algo da el pelotazo y uno se da cuenta de que se puede llevar algo por la patilla. Como salidos de cualquier película de George A. Romero, cambiando los zombis por fulanos que sacan la mano más rápido que Billy The Kid, acampan a sus anchas y reclaman en silencio, algunos, y otros, vociferando con megáfonos su derecho constitucional de darte una buena somanta de hostias disfrazada para que no les acusen de lo que en realidad son, hijos de puta.
Y mientras unos intenta explicar y convencer de una cosa, los otros, como Atila, Genghis Khan o Paco Clavel, no dejan que la hierba crezca por donde pasan, dejando tras de si un rastro sanguinolento y lamentable de escombros emocionales. Claro que estos mismos pensaran y dirán para ser más exactos, que el que no corre vuela y que sus métodos bien valen ese tesoro. ¡Hosti tú, como parten la pana!
Morcillas a parte porque me repito tela, seguiré escribiendo en tono de humor sobre estos personajes porque no solo me dan mucho juego, sino que cada vez que descubro como aplican las “normas” del bdsm a sus acólitas, no puedo dejar de partirme un poco la caja. Ellos no tienen la culpa, al menos no son los únicos. Porque las tipas son para echarles de comer a parte.