Cuando los dedos se aferran a los barrotes o a la madera astillada, la carne se blanquea impulsada por la fuerza irrefrenable de una caída incontrolada que a menudo nos asusta. Casi siempre a mitad de camino e incluso antes, abandonamos, lo dejamos todo, damos la espalda a quién nos acompaña en ese descenso por miedo, inmadurez o simplemente porque esa escalera no es la nuestra. Cada peldaño descendido es un nuevo interrogante, una puerta abierta a un abismo que por mucho que deseemos nos impregna de un temor imposible de despreciar. Es el futuro el que nos inunda de una sola vez y que pocas veces somos capaces de contener. Las preguntas que nos llenan de dudas aparecen una tras otra: ¿Y si…?
Los pies descalzos, porque ya se veía despojada de los tacones a esas alturas del cuento, se deslizaban hacia la derecha cuando sentían la madera crujir bajo ellos. Unos tras otros descendían, autómatas que impulsaban su cuerpo sólo sustentado por la mano que acompañaba todo el trayecto. En ese descenso iba dejando atrás las cosas que durante años había soportado, un peso que ahora no entendía cómo podía haber cargado durante tanto tiempo. Aquellas imágenes que rondaban su mente y escondía de todos incluso de ella aparecían ahora más claras cuanto más sumergida estaba en la oscuridad. Era una metáfora por supuesto, no había nada oscuro en todo aquello cuando reflotaba lo escondido y lo hacía público en sus oídos y su boca. Él lo recibía con satisfacción y las venas se tensaban por el constante bombeo de una sangre que hervía como nunca. La sombra comenzaba a cubrirle la piel mientras continuaba el descenso y su mente era invadida sin piedad por su voz. Entonces paraba y hablaba con pausa y certeza. “Ahí es donde todas daban la vuelta asustadas buscando el mismo aire que habían respirado e intentaban recuperar la pesada mochila que habían dejado al comienzo de la escalera“. Era libre de volver, así se lo dijo. Tan libre como de ser después despreciada si quería regresar al mismo punto. Porque, y entonces sonrió como nunca antes le había visto hacer: “Siempre quieren volver“, le dijo.
Ella apretó la mano, fuerte e intensa. “Siempre contigo“, balbuceó y se precipitó hacia el final de la escalera porque era con aquella luz mejor vería su interior.
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