La potencia de la imaginación es difícil de medir. Los fetiches y los deseos se adhieren a nuestras convicciones y actúan como parásitos que nos impiden ver la realidad tal y cómo es convirtiéndola en algo absolutamente maravilloso. En la cama y después de derrumbarse, notaba como las tetas tiraban de ella para que volviese al abismo del que a duras penas había conseguido salir. El sudor se adhería a las sábanas y succionaba su cuerpo manteniéndolo en ese peligroso equilibrio entre la paz y la desgracia. Los músculos estaban inmóviles, fijados por una mano invisible que todo lo ocupaba y de la que hacía mucho tiempo que no podía escapar. El pelo a lo suyo, enmarañado sobre la cara y la boca le traían de vuelta el regusto del semen y cerraba los ojos intentando aprehender aquel sabor tan peculiar y adictivo. Fuera de ella no había nada.
Los minutos se precipitaban con lentitud exasperante y el sol iba cambiando de lugar para iluminar su cuerpo, su cama, la silla en la que aún reposaba la ropa de él y la puerta. En ese orden el astro iba dejando recados en su movimiento estelar antes de perderse entre los muros. Respiraba con la misma lentitud con la que la luz, en su velocidad vertiginosa, hacía visibles las partículas de polvo que un tiempo antes ellos habían agitado. Intentó sonreír y tensó el abdomen, pero el dolor punzante de las laceraciones de sus piernas le recordó que era mucho mejor quedarse quieta. Al fondo, el agua caía de forma constante sobre el cuerpo desnudo que se apoyaba en la pared como si quisiera sujetar el muro antes de su derrumbe. Veía su piel y notaba el calor, observaba sus manos y sentía su fuerza. Desde atrás era capaz de percibir sus dientes, las mandíbulas que se clavaban en sus glúteos y arrancaban gritos de dolor que rasgaban su garganta hasta la afonía.
A su vuelta la sensación de pesadez era aún mayor, sin sol había incluso más sudor y ahora, con su cuerpo húmedo sobre ella, notaba las gotas golpear los pezones que se endurecían sólo con su presencia. Ni tan siquiera tuvo que hacer el esfuerzo de separar las piernas. Los gruñidos tras la sonrisa y las piernas forzándola al tiempo que tiraba de su pelo enmarañado fue suficiente. Entró tan fácil como salvaje y fue su cuello lo primero que sintió el hambre ajena. Al instante la pesadez se convirtió en ligereza y los zarandeos se mezclaron con su voz taladrando sus pensamientos. Él sabía que no le gustaba sutil, nunca lo fue, por eso disfrutaba de meterla en aquella puta burbuja para que se desangrase si fuera necesario. La imagen apareció rápido y se recreó lenta, lo suficiente para sentir el dolor atravesar su espina dorsal y desembocar en el desmayo.
Wednesday