Ahora, después de tanto tiempo, las preguntas son otras. No tan profundas, más mundanas, más de improvisar por una circunstancia que nos saca de la rutina. Pero antes no era así.
¿En qué momento algo que nunca había pasado por tu imaginación, incluso estaba tan lejos de tus deseos o necesidades se convierte en algo imprescindible? ¿Cuándo tu mente despertó de ese letargo en el que tu propia sangre, la misma que durante toda la vida había supuesto un tímido rechazo, te provocaba sed, pero sobre todo necesidad de que él bebiese de ella? Los puntos de inflexión no son paulatinos, no los ves venir, no se aprecian desde la distancia. Los puntos de inflexión son hostias que la propia vida te planta en la cara y te graba a fuego en el alma. Siempre quiso ser y estar prisionera, siempre deseó la subyugación de sentir la mente en blanco y que el otro, manejase su cuerpo y su pasión como conviniera. El camino siempre hacía lo posible para mantenerla alejada de aquello que formaba parte de ella desde siempre, se recordaba constantemente. El camino no es nada más que la vida, la que nosotros construimos porque nos va poniendo pruebas continuamente. A veces nos acercamos a nuestros deseos, pocas veces somos capaces de poder tocarlos, casi nunca vivirlos. Habrá muchos que piensen que sí, que es relativamente sencillo. Bueno, es sencillo que te hostien, que te aten, que te humillen, que te metan en ese rollo del subespacio porque es tal la necesidad que, sin mirar, te metes de cabeza. Eso es sencillo.
Pero cubrir y sentir que esa necesidad, la que se despierta un día y piensas en el hierro al rojo decorando tu piel, la de perder la capacidad de respirar porque el aire no es tuyo sino de él, cuando lo único que necesitas es el sonido del candado cerrándose en la jaula y ver desde el interior de los barrotes como la felicidad te rodea con sus botas viejas. Ahí no te tiras de cabeza, ahí te han metido sin que te des cuenta, es ahí cuando la necesidad que antes era algo íntimo se traslada a flor de piel, bajo el vello erizado, pulsando las venas con el frenético ritmo del corazón desbocado y deseoso. La misma que te permite asentir y darte cuenta de que ya no eres tú porque eres lo que él quiere que seas y que, como una coincidencia cósmica, es lo mismo que tú llevas deseando toda la vida. Es entonces cuando los límites desaparecen, las barreras se convierten en trampolines que te permiten ir de un lugar a otro, perversión tras perversión, crudeza y sordidez de la mano del deseo.
Es ahí cuando sabes que las preguntas de hoy están absolutamente alejadas de las que tenías antes porque tu necesidad, la que has llevado escondida toda la vida, la que tuviste temor a enseñar por uno y otro motivo, está cubierta con creces. Ahora las preguntas son otras, son las que te van a permitir seguir ahí para siempre.
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