Cables de alta tensión – II –

Era lo más parecido a jugar con marionetas, su cabello enredado en mis dedos, deslizándose por ellos mientras mis muñecas danzaban en un teatrillo imaginario. Así estuve muchos minutos, sonriendo inevitablemente e intentando inmiscuirme en sus sueños pero me resultó imposible. La noche se cerró sobre nosotros y yo me sumergí en un cúmulo de sensaciones táctiles y sonoras mientras escuchaba extasiado Orion. Entonces se despertó y su pelo se tensó y los nudos se deshicieron tan fácilmente como los había hecho. Se giró y me sonrió. ¿Te diviertes?

Aún no, le devolví la sonrisa y el pelo que aun se deslizaba por mis manos. Saltó del asiento y rápidamente se sentó junto a mi. Era hermosa y joven, olía a sudor y los dientes blancos delataban que sonreía mucho más habitualmente que yo. Cruzó las piernas y las subió al asiento haciendo fuerza con los brazos para poder quedarse encajada convenientemente. Comenzó el interrogatorio, preguntas directas, intensas, sin complejos. Algunas con mala hostia e hirientes. Contesté todas sin dejar de sonreír. Me hacía gracia el tono con el que intentaba sonsacarme información. En ningún momento le miré las tetas y ella lo esperaba, por eso sus preguntas cada vez eran más impertinentes y su culo empezaba a removerse del asiento.

Entonces un pequeño silencio que a ella se le hizo incómodo. ¿Por qué mirarte las tetas cuando pueden ser mías?

Su cara cambió, ya no no se sentía cómoda navegando entre sus preguntas, el parapeto donde ella creía encontrarse a salvo quedó reducido a escombros dialécticos. Intentó decir algo pero no supo qué. Si en algún momento se le pasó por la cabeza arrearme una hostia, debió desaparecer tan rápido como su sonrisa ante mi pregunta. Entonces el autobús paró, descanso de veinte minutos. Me levanté y suavicé la situación con un escueto tengo sed. Me levanté y bajé despacio evitando que viese mi sonrisa.

Me senté en una mesa junto a la cristalera desde donde se observaba con claridad el autobús y sus luces encendidas mientras algunos descargaban bártulos de diferentes tamaños ayudados por el chofer. Ni siquiera hice el amago de ocultarme tras la botella de agua que estaba bebiendo cuando ella, confusa, bajó del autobús y se acercó hacia donde estaba.

Has sido bastante desagradable, me dijo mientras se sentaba junto a mi. Le miré, esta vez serio y erguido. No ha habido nada desagradable en mi comentario y solo una certeza bien clara. Se carcajeó y su cabello tapó la mitad de su rostro. No vas a tocar mis tetas, ¡capullo! Fue vehemente y se delató.