El autobús redujo la marcha y el balanceo de la frenada me despertó del sueño ligero. Por el rabillo del ojo observé como ella se inquietaba de alguna manera aunque su cuerpo no hizo nada que lo delatase. En todo este tiempo no había hablado. Tan solo un par de suspiros rompieron el silencio de la noche. Cuando paramos me levanté y agarré algo que tenía en mi bolsa de mano. Lo guardé en el bolsillo de mi cazadora y bajé las escaleras sin mirar atrás. Estaba hambriento.
Ella me siguió unos pasos por detrás. Parecía un perrillo esperando un hueso o una galleta, el premio de la espera. Inconscientemente había tomado una postura sumisa, habida cuenta de que le era más importante averiguar que tramaba que su condición en sí misma. Pedí un café y miré. Ella pidió lo mismo. Nos sentamos en una mesa, apartados y junto a los cafés trajeron un par de trozos de tarta de chocolate. En verdad estaba hambriento. Torció el gesto esperando que dijese algo en lugar de verme comer, pero yo solo sonreí. Entonces saqué un cuchillo, grande, pesado, afilado. Se asustó e intentó levantarse. Es para ti le dije, para que lo guardes tú. Si pensabas que lo iba a utilizar contigo, estás en lo cierto. Lo haré.
Su café se enfrió en un segundo. Tendió la mano sobre el cuchillo y lo agarró con tanta fuerza que sus nudillos se blanquearon. Por sus ojos, brevemente paseo el deseo de acuhillarme. Volví a sonreir. No tiene gracia le dije y desde luego no pienso descuartizarte, hay muchas cosas divertidas mejores por hacer que eso. Pero, sangre habrá, marcas habrá y tú, disfrutarás.
Solo lo haré si es tu sangre la que mancha este cuchillo, me escupió en la cara. La tarta de chocolate estaba realmente buena pensé cuando terminé de tragar el último bocado. Bebí el resto del café y me levanté. Si quieres saber de lo que hablo ven detrás, sino, bueno, tendrás un bonito recuerdo de acero y piel y espero que lo cuides si es ese el caso. Fui al lavabo a lavarme las manos. La verdad es que solo pensaba en lo buena que estaba la tarta de chocolate. Cuando terminé de secarme y me di la vuelta, la puerta se cerró y ante mí estaba ella empuñando el cuchillo.
¿Sabes que eres un psicópata? susurró. Si lo fuese estarías muerta, y resulta que te sientes más viva que nunca. Echó el pestillo y me tiró el cuchillo.