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Hablaba siempre de los caminos, las sendas por las que transcurrían sus vidas, tan diferentes, tan alejadas la una de la otra que, de alguna manera, siempre estaban en contacto porque desde la lejanía, siempre se podían tocar. La vida es un continuo parche, resoluciones temporales para situaciones convencionales que agrandamos en los problemas y perpetuamos en lo gozoso. Nunca paramos un instante a saborear la pausa que produce un hecho doloroso o una embriagadora instantánea de felicidad. Tan solo ponemos el parche, el que los demás ven sin ningún problema y nosotros, convencidos por nuestros propios quehaceres, pensamos que están perfectamente camuflados a ojos de los demás, sean expertos o novatos.

Caminaban entre parches, en un viaje cualquiera cuando podía haber sido el viaje de sus vidas, su vida en un viaje. El maletero estaba casi vacío. Las cuerdas de siempre, el cuchillo, cinta adhesiva unas orejeras de protección y una bolsa de lona. Se quedó mirando antes de cerrar el portón imaginando las piernas plegadas, maniatada y amordazada. Aquellas veces el camino se hacía mucho más llevadero. Otras veces, sentada a su lado, el silencio peleaba a brazo partido con la música que rugía por los altavoces y que silenciaban el sonido del motor. Ella elegía las canciones, una mezcolanza sonora de lo más estimulante que le hacía poner mil y una caras de placer en un infinito tarareo de sus emociones. Era pura expresión, en su diversión y también en la de él. Cerró el maletero y se quedó pensativo unos instantes. Los recuerdos son una carga pesada, un lastre acumulado imposible de dejar atrás. Quizá por eso llevaba el maletero casi siempre vacío, ocupado tan solo por los objetos que hacían reales los recuerdos. La maldita memoria le jugaba malas pasadas, olvidando los rasgos y los detalles y se empecinaba en revivirlos una y otra vez para tener algo a lo que asirse en aquel camino parcheado.

Pero esos remiendos no le hacían olvidar, como tampoco le dejaban dejar de sonreír. “Quiero volver a vestirme para ti. A colocarme yo misma las cuerdas para sorprenderte cuando me metas mano. Quiero quedarme en un rincón avergonzada porque no sé lo que piensas. Quiero que me ates las tetas y que me tiemblen las piernas. Sentir las manos separar mis muslos. Derramarme sobre las bragas tiradas en el suelo. Que te cueles en mi cama y me inmovilices mientras me hablas al oído y notar mis caderas golpear la pared. Beber mi sangre de tus labios. Quiero.”

Arrancó el coche, sonó Too much Too young Too fast y aquel viaje tuvo sentido.

Wednesday

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