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Leyendo el Cosmopolitan, cosas que hace uno para documentarse sobre la estupidez humana, me percato de que los hombres tenemos miedos en la cama. Esto visto desde el punto de vista de una mujer pero paso de leerme el GQ y descubrir que ellas deberían tener miedos similares, que no los mismos. Les enseñan que tenemos miedo a la eyaculación precoz, a no dar la talla, a que nos comparen con otros y salgamos mal parados. Cosas normales, nada nuevo bajo el sol. Pero en esto del bdsm, de la dominancia barriobajera, no se estila, quicir, a un dominante se la pela tener eyaculación precoz porque se corre cuando le sale del ciruelo, redundancia incluida. La talla se arregla con unos fustazos o incorporando a otras mozas para deleite y disfrute. En cuanto a la comparación, ya se sabe, son odiosas. Todos somos el mejor y eso es un hecho indiscutible.

Entonces, como el que no quiere la cosa, nos topamos con las lágrimas. No sabemos de donde vienen a no ser que nosotros las provoquemos. El dolor emocional y el físico poco tienen que ver. El primero se recuerda incluso nos sirve para tomar conciencia de lo que somos y de lo que haremos, nos servirá como punto de partida o como punto de apoyo para trazar un plan de venganza si así lo estimásemos oportuno. El físico no se recuerda. El cerebro, incluso el de los imbéciles fustigadores y fustigadas, tiene esta capacidad tan curiosa. Sabemos que nos ha dolido, incluso mucho, pero no recordamos el dolor en si mismo. De ahí que puedan repetir esos encuentros tan lacrimógenos.

No me mal interpretéis, que ya se que es muy spanis pipol, un dominante tiene que saber hablar porque necesita llegar a lugares del interior de la dama que sin la palabra difícilmente se puede. Si no sabe hablar puede ser muy bueno haciendo que el cuerpo de la dama se convierta en todo menos en dama. Pero ambas cosas, son complicadas de conjugar. Puedes ser muy bueno en una y no tan bueno en la otra pero con practica se pueden paliar los defectos. Sin ambas, ni de coña. Ahora ¿cuál vendemos?

Porque aunque no sea en una mazmorra de verdad, y digo de verdad aunque sean de pega, en una habitación de hotel, en un cuartucho, en un almacén o diga usted un sitio más adecuado, uno se enfrenta a la dicotomía por excelencia. Saber o no saber. ¿Sabe él lo que hace? ¿Sabe ella donde se ha metido? ¿Sabe él como funciona todo o es simplemente palabrería? ¿Sabe ella lo que puede suceder? Y entonces te topas con algunos que dicen que la palabra de seguridad no sirve para nada.

¡Corre Forrest, corre!

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