El Santo Grial

¡Squirting de mi vida!
Cuando centramos nuestra atención en la cantidad ingente de herramientas y artilugios con los que podemos infringir dolor o placer, perdemos de vista que habitualmente con los dedos se pueden conseguir cosas maravillosas. Y descubrir en los momentos más inesperados y los lugares más insospechados, lo sorprendente que son las reacciones del cuerpo mujer.

No hay glamour en esta ocasión, no hay cuerdas de por medio, no hay protocolos, sólo una playa, unas refrescantes cervezas y un bikini empapado. Ahora que hace frío igual la historia no es demasiado adecuada, pero cuando el sol aprieta, la piel sudorosa y bronceada es un reclamo para mis manos.

Entre el chapoteo y el jolgorio la piel se perla de gotas brillantes, mezcladas con la sal y la arena. La cerveza se escurre por la comisura de los labios, formando un regato hacia la barbilla y buscando los pliegues para deslizarse por el cuello entrando en el valle de sus pechos. El bikini hace mucho que le sobra, pero no está de más imaginar cómo sus pezones duros por el contraste de la temperatura, pugnan por romper la tela empapada.

Quizá esa sonrisa devastadora es lo que me tiene alerta, lo que me permite jugar siempre hasta encontrar ciertos límites que nunca negará traspasar. Con el pelo sobre la cara, la cerveza en una mano, la sonrisa en la cara y el sol dibujando su silueta en los cristales de mis gafas de sol, se sentó junto a mí, dejando mi mano parcialmente abierta entre sus piernas, rozando su pubis con las yemas de los dedos. Sentí su estremecimiento.

La conversación no fue para ser recordada, ni si quiera para ser escrita, porque sólo fue el envoltorio de las miradas. La suya expectante, deseosa incluso romántica. La mía invasiva, poderosa, salvaje. El calor que desprendían sus labios eran la guía para mis dedos que se hacían hueco entre ellos de manera disimulada. Todas mis terminaciones nerviosas estaban finalizadas allí y disparaban sin descanso ráfagas de miradas que taladraban su esencia sin ningún disimulo.

Intentó acomodarse pero no le dejé, estaba bien así y mis dedos ya arqueaban su espalda. Apoyó la cerveza en la arena y su otra mano en mi vientre, pero no dejaba de hablar, ni yo de contestar. Me sentía Merlín insertando a Excalibur en la roca, sintiendo que ese coño jamás podría ser para nadie más y así se lo dije.

Cerró los ojos, se tensó y exclamó ¡Oh Dios!

Mi mano empezó a empaparse como los valles en el deshielo, imparable, inabarcable, mientras temblaba sin control. Mi cáliz se llenaba, la fuente de la vida eterna. Y después su sonrisa.

Muchos pasan la vida buscando, ella me lo dio en la mano, su risa me hizo feliz. Arena, sol y cerveza, cosas muy alejadas del bdsm y la entrega, aparentemente.