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Había aprendido bien. Al menos así lo creía y aunque no estaba segura de ello, sabía que él habría estado orgulloso. Ya había pasado suficiente tiempo, suficiente para que la rabia, la ira, la tristeza y la desesperación se hubieran canalizado de la manera correcta tal y como él dispuso. Se fue pronto, rápido y violentamente y todo aquello dejó un vacío imposible de llenar. Tan imposible que se dio cuenta, no sin antes sufrir algún que otro desencuentro violento que, sin lugar a duda nadie podría ocupar su lugar y mucho más claro que ella jamás podría ocupar el lugar que tuvo con él. Y en aquellos años tormentosos fue labrando y cultivando, mientras llenaba de barro aquellas botas que antes había besado y sentido presionando su cuello, que quizá su lugar en esta ocasión era perpetuar lo que habían andado y con ello, continuar el camino que quedó inacabado.

Así, las botas siempre estaban a su lado y esta vez no era diferente. De reojo les echó un vistazo mientras apretaba un poco más y el tacón de su zapato se hundía casi hasta el fondo en el culo. El gemido casi imperceptible se le antojaba poco masculino y eso le hizo sonreír. El hombretón se retorcía de placer mientras ella entraba y salía con cierta displicencia de su culo. No necesitó atarlo de ninguna de las maneras que ella aprendió. Se rindió en cuanto aquel hombre rudo en un intento impropio de un dominante sacó su verborrea inservible para intentar que ella hiciera lo que a él le viniese en gana. La carcajada retumbó en la habitación y el eco se detuvo en el instante en el que ella, sin apartarse de él, rodeó su cintura y deslizó su mano entre las nalgas para meterle el dedo de una sola vez. La valentía del muchacho se convirtió rápidamente en docilidad y en un intento ridículo de mantener su posición dominante con palabras estúpidas. En menos de cinco minutos estaba gimiendo como una putita mientras lamía sus tobillos como una perra obediente.

Lo demás fue historia, descubriendo una vez más que todos los hombres suspiraban por sentirse violados al menos una vez en su puta y miserable vida. Aquellas palabras resonaron con fuerza en su memoria cuando él se las dijo al poco de conocerse. Ella rio a carcajadas porque sabía que lo decía de verdad, aunque no le creyese. El tiempo, sin embargo, le dio la razón.

Cuando el semen dejó un pequeño y ridículo charco en el suelo no sacó el tacón del culo de aquel hombre. Con un simple gesto le hizo limpiar el suelo hasta dejarlo reluciente y en ese preciso momento, sacó los quince centímetros de tacón de su culo que todavía palpitaba de deseo. Ella volvió a sonreír mientras se levantaba y se ajustaba un arnés descomunal. “No te muevas, puta”, le dijo casi en un susurro antes de dejarle sin aliento al meter la enorme polla sin ningún miramiento.

Así lo hubiera hecho él con ella y eso hizo que se sintiera orgullosa. Había aprendido bien, al menos así lo creía ella.

Wednesday

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