¿Qué te hacía bella? Cuando él se acercaba ordenaba su cuerpo. Parece extraño, quizá lo sea, pero mirándose en el espejo solo veía un rompecabezas, partes hermosas que no estaban en el lugar adecuado. La primera vez que él se colocó detrás de ella, frente al espejo y le obligó a mirar, notó como la vergüenza vestía su cuerpo. Esos miedos que a posteriori son absurdos pero que en el presente, en ese presente, eran lo que le hacía temblar. Sujetaba su cuello, sin apretar demasiado, la voz áspera rozandolo, las manos atrás, pegadas a la espalda y sujetas por la mano firme de quién tiene clara una sola cosa. La única necesaria. Por cada palabra, la vergüenza se disipaba, caía como un vestido de seda, deslizándose irremediablemente al suelo donde sería pisoteado más tarde.

Notaba el calor, el viento huracanado del significado de lo que le decía, la mirada intensa y sombría, sin parpadear, algo que ella imitó inconscientemente, preparada para no perder ni un ápice de todo lo que le decía. A cada segundo su cuerpo se colocaba, se relajaba donde tenía que hacerlo, se empapaba justo en el momento exacto, se tensaba esperando el dolor o la caricia. Le apartaba el pelo para que viese cara a cara a su vergüenza. Mírate es lo que recordaba de sus palabras. Una niña, una mujer, la valentía, el llanto, la dedicación, la mesura y el salvajismo, la risa escondida. Respira es lo que recordaba de sus palabras. La inteligencia y la inocencia, la venganza y la pasión, el hastío y el aburrimiento, las rabietas y la incomprensión. En el espejo había otra persona, y esa era la persona que debía conocer, la que había estado enjaulada en si misma, oculta en enseñanzas obsoletas, presa de protocolos y cuentos donde ser princesa era un asco, pero ser otra cosa, lo representaba.

El único lazo que tendrás, ese símbolo ridículo que está grabado a fuego en tus entrañas, es tu condición de mujer. El linaje de la vida no te hace estar subyugada a mí, ni siquiera una orden mía podrá ser tomada como inquebrantable acto de fe. Estás aquí, a mi lado, arrodillada, detrás de mí, tumbada o iluminando los oscuros y hermosos caminos de la vida, porque eso nos hace mejores a ambos y porque ambos deseamos cumplir este rol. Ese espejo es tu ventana, por la que te veo cada día y cada noche arrojo piedras para llamar tu atención y te asomes. No temas al espejo, porque ahora te dice quién eres de verdad.

Ese huracán se convirtió en un lazo que lanzó su cuerpo contra la cama y allí él lo mancilló mientras ella descubría las puertas del Jardín del Edén. Los dioses siempre tienen la última palabra, pensó.

 

Wednesday

2 comentarios

  1. “…presa de protocolos y cuentos donde ser princesa era un asco…” ¡Me encanta!