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El agua cae con alegría, a su aire, como si no supiese donde ir. Me gusta sentarme y observar como se desliza por su cabello, como va empapando los mechones mientras el olor a sexo se disipa en el aire humedecido peleando con el vapor caliente que se adhiere a los cristales. Me siento derrotado en mi victoria y me dejo llevar por lo hipnótico de los caminos que el agua traza por su piel. Algunas gotas se detienen como lo hago yo en sus pezones, se estiran tirando de ellos con un imaginario alambre y tornan púrpuras sus areolas. Entonces sus manos hacen temblar sus pechos y la gota se precipita al infinito, aclarando en su caída la piel atormentada mientras me sonríe.

Apoya sus manos en la pared y estira su figura, rememorando los instantes en los que tensaba la cuerda de sus muñecas y le hacía balancearse desde la argolla, casi de puntillas mientras sus dedos buscaban desesperádamente el suelo para volver a pisar. El pelo empapado formaba una uve perfecta sobre su espalda y canalizaba el torrente hacia su culo. En su deambular, algunas gotas se desviaban por la marca del látigo y unos leves gemidos dolorosos se escapaban de su boca llena de agua, entreabierta mientras su lengua jugueteaba con los dientes. Como si leyese mi mente, levanto el trasero y dejó caer las manos hasta sus nalgas, separándolas y dejándome ver lo que era mío. El cristal empañado me impedía ver con detalle.

Entré mirando sus pies y acaricié su espalda con suavidad. Sus dedos se encogieron y tembló ligeramente. Había momentos en los que tenía sentimientos encontrados. Era maravilloso contemplar lo que mis manos hacían en su piel, la perfección con la que ella se entregaba y lo increíble que conseguía que le hiciese. Ese estado de cuasi enajenación, un vórtice inexplicable de locura y tranquilidad donde los gemidos y la entrega se mezclaba con el placer y el dolor, me causaba cierta zozobra cuando veía el resultado en la calma de la ducha, cuando mis dedos palpaban sus heridas, mis heridas, y se estremecía aguantando la quemazón. Nunca se quejó.

Me abrazó y las gotas de agua se mezclaron con sus lágrimas. Nunca un llanto fue más intenso y placentero, nunca un llanto me hizo sentirme tan cerca y tan dentro de ella.

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