Toda la vida esperó. De niña cuando descubrió lo que le atraía, lo que movía su imaginación y sus pensamientos no fue consciente del mundo al que se tendría que enfrentar. Tampoco le importó mucho porque no tenía la intuición de hacia dónde le llevaban aquellos deseos que hacían arder su curiosidad y sus entrañas. Ya de joven, entendió que, si quería dejarse llevar, debía sumergirse en un mundo en el que sola y sin consejo o compañía viviría un vía crucis. Así, abandonó todo objetivo como el sepulturero que está cansado de cavar y cerrar tumbas, comenzó a enterrar palada a palada todos aquellos pensamientos mientras la imaginación se iba diluyendo en el cóctel de la vida normal.

De vez en cuando mientras daba un paseo, leía algún libro o simplemente percibía aromas concretos pero que no podía identificar, la tierra que sepultaba toda su curiosidad temblaba y se percataba de que el epicentro estaba en sus mismas entrañas. Pero como suele suceder con los terremotos que no parten la vida en dos, lo dejaba pasar hasta que de nuevo la tierra se asentaba y la curiosidad era engullida de nuevo por la oscuridad. Los años pasaban y ella seguía construyendo su vida alrededor de una piedra angular que estaba oculta a todos, incluso a ella. Pétrea y robusta soportaba sin ninguna piedad el peso de los años y las vivencias. Aquella piedra era como la noche para el día que tenía sobre sí, o quizá, al contrario, era la luz que pretendía dar vida a lo que soportaba desde la infancia. Aun así, la resignación era la costra que cubría cada una de sus esquinas.

Y como en todos los hallazgos, solo necesito la mano y la vista de un arqueólogo de emociones, esos que indagan más allá de la mirada y penetran hasta el mismo corazón de la imaginación. Muchas veces pasan desapercibidos, quizá estuvieran a su lado en el tren o frente a la mesa del restaurante donde cenas con asiduidad, pero casi nunca se cruzan en tu camino ni en tu mirada. Así de diferente fue aquella vez y sin ambages excavó con diligencia y precisión hasta que encontró y desenterró su piedra angular, aquella roca de deseos y necesidades olvidada entre tanta vida superflua. La vio tan clara y resplandeciente que sintió nauseas. Se sintió impostora en una vida que no era suya e impostora en una vida deseada. Pero aquella vez simplemente se destapó el origen de todo, para que ella y todos pudieran observarla pero, sobre todo, para que ella pudiese poner en el lugar adecuado aquella piedra angular, la que desde niña había regido su destino y sus deseos.

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