La soledad, el aislamiento y la desconexión, eran como un muro que la . Era como si estuviera atrapada en una prisión invisible, donde los sonidos eran distantes y los colores eran apagados.
Pero en medio de esa oscuridad, encontró una presencia etérea. Una presencia en la forma en que la luz se filtraba a través de las rendijas del muro, en la forma en que los sonidos lejanos se convertían en una melodía suave, en la forma en que esa figura incorpórea parecía estar cerca, aun cuando no la pudiera tocar.Y así, encontró la belleza en su soledad. Encontró la belleza en la forma en que esa figura evanescente podía ser una fuente de fuerza y consuelo, en la forma en que podía transformar su dolor en una expresión de amor y esperanza, en la forma en que podía encontrar la belleza en su propia vulnerabilidad.
Así, su soledad se convirtió en una relación entre ella y esa figura intangible, en una conexión llena de emociones profundas e intensas. Y aunque a veces aún se sentía sola en su lucha, sabía que había encontrado una forma de sentirse acompañada, que podía conectar con esa figura fantasmal a través de su corazón y su alma. De esa manera había podido controlar la velocidad a la que se propaga el dolor.
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