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Cuando descansé, pude darme cuenta de lo que le pasó y como encontré cada trozo de su corazón disperso en las arenas del tiempo. La reconstrucción, de su cuerpo, de su alma, de su esencia se convirtió en mi única labor. Entre mis dedos se escurrían, desmantelados, cada pensamiento, cada idea preconcebida, todo lo que llegaste a ser en momento determinado, subida a los altares de una sumisión, venerada e idolatrada. Desde nuestro punto de vista, esto nunca debió ser así. Nunca como sumisa debió haber estado por encima de su amo, pero él, en su demoledora enseñanza hizo que se convirtiera en un fenix y él, en Icaro. Él ardió, ella también, pero las cenizas cayeron en mis manos y con ellas, plantaré una nueva semilla de reconstrucción para que vuelva a ser de nuevo lo que siempre fue, llena de imperfecciones sin ánimo de incluir de ninguna de las maneras el deseo por ser la mejor.

Y digo esto porque ser la mejor no es nada más y nada menos que eso,una voz única. La mejor no como lucha de contrarios, la mejor porque es mía, y si lo es, es porque es la mejor. A veces esta enseñanza se pasa por alto y por eso muchas sumisas luchan a espaldas de sus dominantes entre ellas, por celos, por miedo, por inseguridad. En todos estos casos, la culpa recae en el dominante, por su falta de empatía, de criterio, de entender los motivos. A fin de cuentas, debió cuidar de ella, pero esto también se suele olvidar con mucha facilidad.

Las heridas se pueden restituir por enseñanzas vívidas y claras, y éstas ocultaran el dolor del sinsentido, pero nunca podrán ocultar ese lado negativo que se descubre cuando uno se entrega en toda su extensión y a cambio solo recibe celeridad y desprecio con el fin de agradarse a uno mismo. Con mis dedos extendí sus cenizas formando un manto fino, alejado del viento y dibujé sobre él la constancia y el sosiego, la pausa, la lágrima y la sonrisa, mientras mis cuerdas unían las extensiones dispersas de una piel acelerada en el sufrimiento. Los nudos solo hacían que esa fina amalgama compusiese una sinfonía donde cada uno de los movimientos de la batuta orquestasen la perfección de la entrega.

En su convalecencia, lo entendió y en su recuperación sintió por fin la fortaleza que la sumisión puede otorgarte.

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