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De cinturón.

El sonido hizo que se despertara mucho antes que el dolor. El cuero golpeó las nalgas con tanta dureza que el corazón estuvo a punto de pararse. Después, notó como se metía en su culo, una única embestida, sin avisar, prolongando el dolor mientras agarraba con la otra mano el pelo desde su base, junto a la nuca y tiraba de él hasta que le hizo crujir las vértebras y algún mechón se desprendió de la piel. La sorpresa no era agradable pero su voz áspera y cortante le hizo que empezar a recapacitar. El día anterior había estado quejándose casi de continuo de lo desagradable que era trabajar y levantarse temprano para hacerlo y que los lunes, los lunes los odiaba profundamente. Sin embargo, él no opinaba, escuchaba con atención el desahogo, como si realmente le importase y ella pensó que lo hacía por conveniencia. Pero al parecer, se equivocó.

Tan fuerte como entró en ella, salió y eso casi le dolió más. Aflojó la tensión del pelo y la cara golpeó las sábanas, para después recibir otro latigazo del cinturón, esta vez mucho más fuerte. Ahora gritó de dolor. Volvió a sentir la tensión en su cabeza y la columna se convirtió en un vaivén de torsiones de diferentes intensidades. De nuevo entrando en su culo como si le importase una mierda lo que estaba haciendo, pensaba mientras intentaba mitigar el dolor pensando en los motivos. Y vuelta a empezar, como si estuviese calculado, como si el castigo hubiese sido meditado durante toda la noche y ella, ajena a aquel espectáculo, se hubiese subido al escenario sin darse cuenta para ver con pleitesía, su humillación. Aún no entendiéndola.

“Intenta explicar, cómo puedes ser capaz de despreciar lo que más valor puedes tener. Eres una privilegiada en una parte del mundo privilegiada. Cada mañana deberías abrirlos ojos y pensar en la fortuna y sonreír por la vida que llevas, por no tener a tus espaldas las responsabilidades inhumanas que otros tienen, de poder meterte bajo el chorro de la ducha y disfrutar de ese momento íntimo, de poder sentarte y saborear un café, de vestirte como deseas e ir a trabajar. Sin embargo, tengo que estar escuchando tus continuas quejas superfluas y despreciables sobre lo desgraciada que eres porque tienes una vida aparentemente desahogada. ¿Dónde está la lucha? ¿Dónde está el deseo de prosperar y ser mejor cada día? Tus palabras son necias y no pienso aguantarlas. Escucharte me produce estupor, y en público tuve que reprimir mis deseos de soltarte la hostia que merecías. Pero puedes seguir por ese camino, el de minusvalorar, el de pensar que los demás están mejor que tú y todo eso te llevará a ser igual que los demás, a las lamentaciones ridículas.”

Cada pausa iba acompañada de un latigazo, de un tirón de pelo, de una penetración cada vez más violenta. Pero ella quería gritarle que era una queja infundada, que sabía la suerte que tenía pero casi era norma quejarse de ese tipo de cosas. Quería gritárselo pero sabía que hubiese sido peor.

“Quizá ahora, pienses que los lunes sean mucho mejor de lo que predicamos”. Tiró de ella para levantarla y la empujó contra el espejo, girándole la cabeza. Vio su culo marcado y lo sintió tan dolorido que se acordaría de aquella azotaina el resto de su vida. La semana sería muy larga no pudiendo sentarse en un trabajo dónde todo el tiempo lo pasaba sobre una silla detrás de una mesa.

Feliz lunes Sylvie

 

Wednesday

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