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La carretera dejó de ser sinuosa hacía tiempo, el paisaje frondoso y verde había dejado paso a una estepa que se perdía en el horizonte y la vista fundía el cielo con la tierra dándole a ambos un tono parduzco y monótono. El ronroneo del motor era casi imperceptible y sólo de vez en cuando algún bache sacudía el habitáculo. La música era un mero adorno en aquel viaje que comenzó con la esperanza, pero se había convertido en congoja sequía. Sin embargo, ella seguía teniendo la mano sobre la de él, apoyada en la palanca de cambios que desde hacía innumerables kilómetros no se había movido.

De vez en cuando él miraba hacia a un lado y veía como ella perdía la mirada por la ventanilla buscando algo en el infinito de aquel mundo que había cambiado tanto. Otras veces era ella la que hacía lo mismo y observaba como él miraba hacia adelante, concentrado en el camino. Quizá ahí es donde se encontraba el problema. Él miraba hacia adelante, buscando el siguiente objetivo marcado y ella miraba hacia los lados, buscando una vía de escape, algo diferente que pudiese llenar los huecos y vacíos que ellos mismos habían creado.

Pero ninguno de ellos hablaba. Se habían dicho todo, lo habían compartido todo mucho antes de iniciar aquel trayecto en el que habían depositado todas sus esperanzas pero que sólo había traído miseria. Se amaban, ninguno de ellos lo dudaba, pero algunos kilómetros atrás se preguntaron si no hubiese sido mejor haber dejado las cosas tal y como estaban. Era aquella una escapada, una huida hacia adelante con un único pensamiento, recuperar o encontrar, según se mirase, su sitio en el mundo.

Quizá el error es que ambos habían errado el objetivo porque el mundo no les entendía ni tenía intención de hacerlo. Seguramente el error era aquello de encontrar su sitio en el mundo porque ese sitio no existía. Cuando dejaban de lado al mundo era cuando ellos se sentían plenos, ajenos a todo, centrados el uno en el otro. Eran esos momentos cuando se exploraban mutuamente, cuando conocían los límites y se aventuraban a sobrepasarlos. Y lo hicieron cientos de veces asombrándose de hasta dónde eran capaces de llegar, de lo que eran capaces de compartir, de abrirse de tal manera que nada podría cerrar ya ese canal de comunicación tan personal e íntimo.

Entonces él paró el coche en una cuneta, en mitad de aquel páramo y en el silencio más absoluto. Se miraron, los ojos se animaron y se dijeron lo que se tenían que decir. Él acarició su rostro y le apartó el pelo, dio media vuelta al coche y lo dejó con el motor encendido con un paisaje completamente diferente al fondo, el que habían dejado muchos kilómetros atrás. Se bajó del coche y comenzó a caminar en dirección contraria. Ella debía volver donde la angustia no fuese su constante y él, con paso firme se adentró en la yerma llanura perdiéndose entre el polvo.

Con suerte se reencontrarían en algún puerto, en algún bosque o en alguna playa y se verían desde fuera sonriendo porque la vida les debía todo aquello.

Wednesday

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