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La naturaleza fue generosa con ella. Aunque ella no se veía hermosa la realidad decía lo contrario. Y era la propia naturaleza la que había regalado aquellos atributos de mujer de otra época a la que por desgracia poco caso se hacía. Daba igual el lugar o el momento, daba igual si las mujeres más jóvenes lucían esculturales y definidas por el canon de la imagen efímera. Aquellas mujeres una semana después deberían cambiar algo para poder seguir evitando el rodillo del olvido. Sin embargo, aquella mujer nació de un pacto que la naturaleza hizo consigo misma. Era lo más parecido a la fuerza de la gravedad y si Newton hubiese dado con ella la gravitación universal hubiese tenido un nombre muy distinto.

La naturaleza se encargó de darle la rotundidad adecuada, las curvas sinuosas perfectas en el límite del pliegue espacio-tiempo, los ojos como lagunas esmeraldas rodeadas de una infinita mina de carbón. La simetría que todos buscan estaba en su rostro, perfilado y redondeado a partes iguales, las manos esbeltas pero poderosas, capaces de acariciar hasta el orgasmo o de arrancarte la garganta si fuera necesario. Sonreía casi siempre sin darse cuenta, pero sólo se mordía el labio cuando él la miraba de reojo las tetas. Tardo mucho tiempo en entender que la perfección de sus tetas acarreaba cierta incomodidad, con él descubrió lo maravilloso que puede ser sometida a través de ellas y si la naturaleza le hizo un regalo maravilloso, él le descubrió uno de los mayores placeres cuando la piel que rodeaba sus pezones tornaba del blanco al púrpura.

Allí estaba ella, con la melena cayendo sobre su espalda y acariciando ligeramente los pezones por encima del vestido vaporoso de flores que le había comprado para aquella ocasión. El maquillaje imperceptible, los labios rojo escarlata y las uñas esmaltadas en negro. El cuerpo apoyado en una de sus piernas mientras flexionaba la otra y con la mano acariciaba los dedos que él hacia tamborilear en su muñeca. Él sonreía como nunca, alto, enorme e inmenso mientras ella se sentía la mujer más poderosa del mundo. A su alrededor, veinteañeras y treintañeras en su máximo esplendor, con los cuerpos lustrosos, tonificados y bronceados, casi como bloques rígidos de bronce.

Fue entonces cuando el aire entró bajo su vestido y cerró los ojos sacando a la Marilyn que toda mujer lleva dentro. Se sintió tan viva que tuvo ganas de gritar, pero cuando lo iba hacer el besó contuvo el gritó y tomó todo el aire que vació sus pulmones hasta dejarla exhausta. Cuando él se separó le vio sonreír de nuevo como un niño y ella volvió a descubrir porqué la naturaleza la había hecho como era y porqué se entregó a aquel animal que tanto adoraba.

Wednesday

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