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No hace demasiado, cuando el frescor de la hierba lo impregnaba todo y el sol acariciaba todo lo que tocaba, su sonrisa se podía distinguir desde cualquier lugar del valle. Allí, mientras el río serpenteaba, caminaba descalza con la libertad que le daban sus deseos y sus necesidades. Podría parecer contradictorio porque lo que deseamos nos esclaviza, pero en aquel lugar y en aquel tiempo, los deseos habían sido la llave que abría la jaula emocional en la que se había encontrado toda su vida. A cambio, le fue entregada otra llave, la que permitía encerrar su piel y todo lo que acarreaba en un profundo y oscuro deseo que por fin había salido a la luz.

En aquellos paseos por la hierba, se llenaba la boca de palabras escondidas que por fin su garganta podía gritar, su coño se empapaba del rocío del despertar y del roce por el calor del aliento. Entonces jugaba con los dedos de los pies intentando arrancar las briznas al son de las embestidas del tiempo perdido, de la imaginación desbordada y de la electricidad que siempre había sabido que estaba en su interior.

Aquel lugar era la paz y la armonía y cuando él aparecía se convertía en el caos controlado de sus manos, de sus dientes y de la jaula a medida que había construido para ella. Era cuando cerraba los ojos y se acurrucaba a sus pies, cuando el calor y el gozo inundaban sus entrañas y se dejaba llevar por sus relatos, sus cuentos pervertidos en los que ella era el centro de todo su universo. Aquellas palabras, en su sosiego, eran capaces de hacer que desease cosas impensables, le hacía ser capaz de dar cualquier paso con tal de no salir de aquella jaula oscura en la que se sentía plena y en paz.

Pero la jaula era una alegoría de todo lo que él había construido para ella. Aquellos barrotes imaginarios podrían ser perfectamente sus brazos a los que se aferraba con las uñas y él a su vez la mantenía firme con sus dientes. Nunca hubo candado que cercenase su libertad porque no era necesario cerrar la puerta cuando dentro era más libre que fuera.

Y era fuera donde no existía la seguridad para ella, donde se encontraba perdida y sin saber porque ni cómo, la hierba desapareció, la voz poderosa y suave se convirtió en un susurro que el viento poco a poco fue haciendo desaparecer. Los barrotes se convirtieron en una cárcel en vida y la tristeza desembarcó en sus ojos mientras las lágrimas brotaban del puerto y partían hacia la tierra de nadie.

De vez en cuando, la brisa le traía en mitad de una cacofonía indescifrable el mensaje de la eternidad, de aquel lugar inmóvil en el que siempre sería recibida por los mismos brazos que la dejaron partir. Entonces, el corazón se le encogía y el deseo de salir corriendo y atravesar el mundo entero para volver a caminar descalza sobre la hierba húmeda hacía que la sonrisa que se dibujaba palideciese al mismo sol.

Wednesday

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