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Miraba sonriendo pero con el miedo en la cara. No pasa nada, se decía en voz baja mientras él, algo frustrado y escondiendo la ira en cada respiración perdía la mirada en a saber qué. Las manos, con los dedos cruzados e inmóviles, notando las venas en el dorso. Allí sentado, parecía una figura extraña, una mezcla de melancolía y furia. Ella lloraba en silencio sin darse cuenta y temblando sin saber por qué.

Me cuesta entender tantas cosas, dijo carraspeando. Tensáis la cuerda más y más creyendo que a vosotros no se os va a romper. Levantó la mirada y después se acercó a ella. Se agachó dejando caer el peso del cuerpo sobre el pie izquierdo, siempre el izquierdo. Por mucho tiempo que pasase, se sorprendía una y otra vez ante las rutinas y movimientos milimétricamente realizados sin haberlos planeado antes. Quizá esa era una de las cosas que le atrajeron de él. La capacidad de transmitir tanto sin casi decir nada, la gestualidad, una danza en sus manos que lograba que el simple movimiento que hacía al deslizar el cinturón entre ellas, provocase la entrada irremediable en su mundo. Muchas veces no sabía por qué se sentía bien estando a su lado, sin más, solo por estar. Otras veces notaba en lo más profundo de su ser que él no necesitaba nada de ella, pero tampoco hacía nada para apartarla de su lado. Sabía cuándo necesitaba desahogarse, sacar ese lado sádico y terrible que le comía por dentro y ella adoraba ser el recipiente de su desconsuelo. Se sorprendía verle llorar como un niño después de haber vaciado los escombros de su alma en ella. Pero no sabía si lo hacía por ella o por él, hundido en esa destrucción emocional que debe ser hacer daño a quién más intentas proteger. Parecía una contradicción.

¿Cuántas necesidades tenemos que completar? No nos basta con ser, tenemos que silbarlo para que los cuatro vientos lleven las buenas nuevas a cada uno de los rincones hediondos de todo el mundo. Un mundo tan grande en el que es posible desaparecer con solo lo necesario. Sin embargo, parece que lo necesario nunca es suficiente y siempre queremos un poco más de eso, otro poco más de aquello y ya que estamos, en este hilarante deseo vuestro por compartir hasta las mismas entrañas, intercambiar las emociones para dejar claro que sois una especie de elegidos o algo parecido.

No pasa nada, se decía en voz baja mientras él se pasaba la mano por la cara, intentando arrancarse la careta en la que se había convertido toda aquella pantomima y dándose cuenta de que era imposible deshacerse de ella. Cuatro paredes, muchos deseos, mis manos, las cuerdas, tu sangre y mis sudor, la luz que entra por la ventana, la de las velas explotando en fogonazos de cera sobre tu piel, la alfombra, tus rodillas, la música, la lectura, los gemidos y los gritos, los cuidados posteriores. Gritaba con tanta fuerza que comenzó a temblar ostensiblemente. ¡Qué cojones más necesitáis para sentir esta puta insatisfacción y embadurnarlo todo de mierda!

Esperaba el castigo, la dureza y el dolor, el desprecio que siempre tenía la violencia desconsolada. Cerró los ojos y esperó. Esperó. Al abrirlos le vio con una cerveza en la mano, bebiendo directamente de ella. Se acercó arrastrándose hasta sus pies y le abrazó con dulzura. Él acarició su cabeza, peinando su cabello con los dedos mientras seguía bebiendo. Luego el silencio, ese que cortaba más que el cuchillo. Después la apartó con suavidad, se puso la cazadora y cerró la puerta tras de sí.

No volvió a verle más. No pasa nada se dijo, pero siempre pasa.

 

Wednesday

 

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