Regalos y recuerdos se agolpaban en su memoria y en el fondo del armario. La vieja cámara había vivido tanto como él y había retratado su vida entera. Había algo en aquel aparato distinto al que había en los demás. La nostalgia pasaba de su carcasa a los dedos y de estos a la memoria. La caja no había sido abierta en años y sorprendentemente estaba libre de polvo. Se engañaba a sí mismo diciéndose que no pensaba en su contenido, que poco le importaba lo que había allí dentro. Podría haber dejado la caja en el mismo sitio en el que descansaba desde hacía tanto tiempo. Podría haberse deshecho de aquellos recuerdos que durante mucho tiempo fueron dolorosos. Podría haber hecho tantas cosas que decidió hacer lo único posible.
El olor le golpeó en lo más profundo de su memoria, un jab seguido de un crochet. Sus recuerdos subieron la guardia intentando esquivar los golpes que se le avecinaban. Apartó la tapa y su vida volvió a tener color. Se sorprendió sonriendo o llorando. Ambas cosas a la vez. Aquellas fotos componían un metraje de vida, porciones de una época que ya desconocía porque había acabado. Labios carnosos, risas que le hacían flaquear las piernas y apretaban sus pulmones hasta la asfixia. Besos, muchos, incontables, dulces y violentos. Se frotaba los ojos cuando pasaba una por una aquella colección de zapatos que vestían los tobillos a los que siempre volvería para morder. Decenas de pares de momentos y recuerdos perfectos. Las cuerdas dejando las marcas, la respiración de ella congelada en una instantánea subía y bajaba en su memoria y se paralizaba cuando el aire no llegaba a los pulmones.
El cuero vistiendo la piel y las camisetas raídas acariciando los pezones y su mirada seguía perdiéndose entre la presión de las tetas, una contra la otra mientras sus manos intentaban extraer el hálito de su vida. Sus manos ásperas deslizándose por la saliva escupida sobre ellas hasta que la fricción frenaba el movimiento y hundía los pulgares en los pezones que se ablandaban mientras se volvían hacia dentro. Las gotas en la lente de las duchas interminables que terminaban con ella de puntillas y él derramándose dentro de ella para dejarse caer sobre las caderas y sintiendo como el agua se llevaba la pasión por el sumidero dejándoles el amor y la necesidad apoyadas en las paredes frías y empapadas.
Canciones compartidas, susurros que se colaban entre los nudos que apretaban las piernas, los labios mordidos, los dedos clavados en el cuello para comprobar que las marcas eran ellos dos. Habían hecho una buena película, de esas que en su cabeza podría ver una y otra vez.