Aún relamía la saliva que amablemente le había escupido mientras pasaba la tarde leyendo tumbada en el sofá. Quizá la media sonrisa que tenía en la cara desde hacía un par de horas y que era prácticamente imperceptible, ayudaba a que esas horas en soledad supusieran un bálsamo entre tanto tejemaneje. No era ella desde luego la que se metía en aquellas trifulcas. Tampoco se sentía aludida cuando él organizaba y ordenaba cada uno de los pequeños desastres que iba provocando por la casa. A todas luces aquella convivencia estaba plagada de normas completamente ilógicas y por tanto, ella se sentía en el derecho y la obligación de romperlas, transgredirlas o difuminarlas a su antojo. Estaba en su derecho. Claro que él estaba en el suyo de correrla a hostias por el pasillo mientras arrastraba su cuerpo mientras lo rozaba por las paredes. Era una cuestión de derechos y obligaciones.
Cada uno tenía una parcela acotada, pero ella, desde que recordaba, saboteaba cada una de sus estructuras normativas. él sin embargo no se enfadaba y eso a ella le hacía ir siempre un paso más allá, igual que un niño cuando, mientras nadie le mira, aunque esté vigilado, intenta meter un tenedor en el enchufe. ¿Era peligroso? Mucho ¿Era divertido? Mucho más. Por eso la tarde había sido tan divertida y allí dejó su cuerpo desnudo y mancillado junto al libro que llevaba un par de días leyendo. Él se fue y el silencio fue diferente, el eco de los gemidos y los gritos ya solo estaban en su cabeza y el cuero, latigazo a latigazo, eran unas simples ideas que intentaba engarzar para poder construir una historia convincente. Y notó que lo había conseguido cuando su coño volvió a inundarse. Estuvo tentada a soltar el libro y terminar lo que su mente había comenzado. Sin embargo, continuó la lectura más ensimismada en el futuro cercano que en el presente húmedo.
El sonido de la puerta abriéndose hizo que se removiera ligeramente en el sofá. En el tiempo que se tardaba desde la puerta hasta la sala de estar escuchó el cinturón deslizándose por la mano y la tela vaquera, y ese simple sonido le hizo arquear la espalda. Cuando llegó frente a ella, la sonrisa que se dibujaba en su cara era enorme y eso le dio miedo. Sujetó los tobillos con el cinturón y los inmovilizó. Colocó dos enormes velas bajo sus pies y se sentó sobre sus piernas. Encendió el fuego y aprovechó para prender un cigarro. Exhaló el humo formando unas virutas en forma de filigranas. Al notar el calor soltó el libro sobre su pecho.
“Hay días en los que es mejor dejar las cosas claras y si hay que quemar puentes para no volver la vista atrás, se queman puentes”. Su voz se mezclaba con la sonrisa seria y el humo del cigarro mientras sentía que los puentes a los que se refería eran los de sus pies que en aquellos momentos, comenzaban a sentir el dolor del fuego indirecto. “Si caminas por tu cuenta lo siguiente serán clavos“. Dio la última calada y apagó el cigarro en la planta del pie casi insensibilizado.
Ella gritó y terminó lo que había empezado antes de que llegase.
Wednesday