Llovía desde hacía horas y el frío empezaba a hacer estragos en su carne, ya temblorosa y casi insensible. Sus brazos, hacía mucho dejaron de estar tensos, y en su relax, eran los tendones de los hombros los que chillaban poseídos mientras latían entre los huesos esperando el alivio que probablemente no llegaría. El dolor de la piel desollada por las cuerdas hacía rato que se había convertido en un recuerdo nebuloso de un sueño marchito. Todo estaba borroso, el maquillaje era un dibujo abstracto que recorría las mejillas y formaba divertidos surcos de color en la piel blanquecina. El pelo empapado, parecía estático y pétreo sobre su cabeza y hombros, solo las gotas, constantes, le daban algo de movimiento.
Tenía los ojos casi cerrados, su fortaleza palideció y los párpados caían poco a poco aunque se forzaba a mantenerlos abiertos. De vez en cuando, miraba al suelo y se sorprendía del hipnótico color carmesí que su sangre tenía al mezclarse con el barro. Sin embargo, ella estaba limpia. Intentó sonreír, al menos eso le hacía mantener la esperanza. Una esperanza que no había decaído desde que él ató sus miembros formando una X amplia y los extendió hasta el paroxismo de su pasión.
Oía ruidos pero nada definidos, sabía que estaba allí, lo notaba aunque no lo sintiese. Simplemente lo sabía. Conocía su límite, mucho más claro de lo que ella lo tendría jamás. Volvió a sonreír. El sonido se definió, pasos, cerca, calor, emoción. Notó la calidez de sus manos en la piel fría y húmeda y aun así, su sexo enloqueció. Los brazos se tensaron.
Mi Señor.
Las cuerdas fueron cortadas y al caer, sintió sus brazos, como mantenían su cuerpo elevado y el calor. Ese calor que desprendía siempre. Se acurrucó en su pecho, como un cachorro y el sueño le venció.
Mi Señor.
¡Qué fuerza rezuman tus relatos! Ha sido todo un descubrimiento este blog.
Gracias por pasarte y comentar. Espero que te quedes.