Estuvo toda la semana dale que te pego con la misma matraca, dando el coñazo y comportándose como una cría. Aquel rollo brat que había adquirido en las últimas semanas le estaban sacando de quicio. Ella o no se daba cuenta o peor aún, lo hacía a conciencia. Lo cierto es que empezaba a rozar los límites de su tolerancia. Tenía la fea costumbre de no darse cuenta cuando sobrepasaba ciertos límites. Al principio tenía su gracia porque a cambio ella se llevaba un castigo puesto y él de alguna manera se desahogaba en su piel. Pero como todos los juegos, las reglas no pueden ser confusas porque si no, cada uno hace lo que le sale de los cojones.
Se subía sobre él mientras trabajaba, le rompía la rutina y la concentración, descolocaba sus cosas o las tiraba de manera inocente. El caso es que al final del día la mala hostia acumulada no salía de ninguna de las maneras. Ella por las noches parecía otra y lo único que hacía era acurrucarse a su lado y ronronear en su oído. Le pedía una sesión de azotes, lo necesitaba, se había portado mal. Entonces reía porque veía en sus ojos el cabreo acumulado y sabía que tarde o temprano se saldría con la suya.
Se paseaba delante de él desnuda y le ofrecía la piel indicando que estaba demasiado blanca, que las últimas marcas ya casi no se percibían y que estaba claro que había que hacer algo. Tenía su punto, pensaba él, cuando se le insinuaba de aquella manera, entre la inocencia y la lascivia, pero sobre todo la inconsciencia. Luego se quedaba pensativo y se imaginaba que igual no había sido lo suficientemente claro las últimas veces pero desechaba la idea de inmediato. Así continuó durante toda la semana hasta el sábado cuando una llamada inesperada trastocó sus planes de fin de semana.
Ella ya se había vestido y maquillado, el taxi estaba a punto de llegar y la maleta junto a la puerta indicaba que su viaje era inminente. Fue entonces cuando la mala hostia acumulada a largo de la semana se fundió en una idea estupenda. Cuando ella se disponía a irse se acercó a darle un beso de despedida. Entonces vio su sonrisa y todo el cachondeo que tuvo los días previos desaparecieron de golpe. Le agarró la coleta, tiró de ella mientras gemía y gritaba ahora no y la tiró sobre la mesa del comedor. Levantó la falda, bajó sus bragas y mientras con una mano apretaba su cabeza contra la tabla, con la otra comenzó a azotar su culo. Él sonreía mientras le decía que lo iba a tener bastante jodido para sentarse bien en el avión. Sobre todo, al principio. Cuatro horas de vuelo maravillosas, le dijo sin dejar de azotar su culo.
Cuando las marcas de los dedos comenzaron a sobresalir de la piel enrojecida, las acarició, les dio un beso suave seguido con un mordisco bestial que hizo que su espalda se arquease. Le subió las bragas, le bajó la falda, soltó su cabeza y le dio un beso en los labios. Buen viaje y que sepas que si te azoto lo haré cuando a mí me dé la gana no porque tú me lo pidas. Luego le abrió la puerta y la cerró de un portazo. Los días que estuvo fuera se acordó de él con una mezcla de cabreo y deseo. ¿Y no era eso en definitiva lo que más quería? Ya sabía que para jugar había que seguir sus reglas, pero romperlas estuvo de puta madre.
Wednesday