¿Y si toda nuestra vida hubiese sido un Perpetuo y frío invierno? A través de las volutas del vaho que salían de su boca intentaba dibujar con la mente en qué momento todo se hizo tan oscuro. Navegaba por los recuerdos aferrada a los cabos que sostenían las velas y que por mucho que tirase de ellos anticipándose al cambio de viento, la vida la llevaba siempre a los mismos lugares. Hacía frío y el calor momentáneo que pudo recibir a lo largo de la existencia se parecían más a los destellos de los rayos de sol filtrándose sin permiso por entre las nubes en un encapotado y plomizo día de invierno. Era simplemente anecdótico y fugaz.
Lo cierto es que se había acostumbrado tanto a aquello que no se daba cuenta de que andaba descalza sobre el mármol helado. Ni siquiera el temblor de sus labios le hacía percibir que aquella gélida estampa llenaba de quietud el ambiente, como si el tiempo se hubiera detenido y que la luz al final del túnel sólo fuera una utopía. Viviría en aquel invierno largo hasta el fin de sus días.
Entonces, contra todo pronóstico, los rayos del sol dejaron de filtrarse y con ello la esperanza de que algún día escampara se congeló aún más. Ya ni siquiera la tristeza era capaz de hacer sentir nada, respiraba cada bocanada que helaba sus pulmones y las palabras enmudecieron en la garganta. Ninguna caricia, ninguna mano era lo suficientemente cálida. Ninguna palabra ni acto fueron capaces de hacerla arder desde las entrañas y se dejó llevar entre la confusión de sus pensamientos y sus deseos. Solventaba ambos a caballo entre la necesidad y la displicencia. Se decía que debía hacerlo, aunque no podía, se decía que podía, aunque no quería. Se decía que quería, pero luego lloraba.
Y como el viento del norte, llegó aún más frío que lo que estaba acostumbrada, más por el deseo de que el cambio fuera un soplo de aire caliente y vigoroso, se sorprendió de aquella vitalidad silenciosa que la empujaba a seguir hacia adelante en el angosto camino frío en el que se había convertido su vida. Las palabras empezaron a tener sentido en la boca de aquel hombre extraño, tan apegado al frío como el hielo a la montaña. Y cuanto más le escuchaba menos frío sentían sus pies al pisar el mármol. Cuanto más frío hacía más calor ella sentía y los ojos que durante años solo fueron de un profundo verde oscuro comenzaron a emitir llamas anaranjadas. En cada pisada, arrodillada o tumbada sobre el gélido suelo, se dio cuenta de que lo de menos era el invierno o el mismo frío. Había estado mirando siempre de manera incorrecta el mundo. El invierno no está a su alrededor, estaba en su interior y por eso nunca podía arder, por mucho que quisiera. Era como querer calentar el bosque con la chimenea de una casa. Y entonces se dio cuenta de que ella no era la casa sino el bosque y él era aquella chimenea a la que deseaba. Perder el bosque y el invierno para tener un hogar donde estar protegida y a salvo.
Pero tampoco era necesario dejar de ser bosque y cuando entendió que todo camino tiene corrientes de deseo que permiten albergar la esperanza de volver siempre a un mismo lugar, al lugar en el que nos sentimos protegidos por siempre y cuando lo necesitemos, el frío y largo invierno se tornó en un cálido despertar en el que el deshielo de sus ojos permitió regar cada centímetro de su cuerpo primaveral.
Wednesday