Se había convertido en patrón. Así de sencillo. Después de siete años en los que le configuró su piel como un recipiente de agujas e hilo en el que el inmenso dolor se transforma en una educada puntada con la que vestía casi a diario, no podía imaginar que en un momento determinado comenzara a marcar con tiza algunas partes de su cuerpo. Ambos en aquellos instantes, se quedaban ensimismados por el trabajo y la dedicación. A ella el preámbulo del dolor le quitaba la respiración y le aceleraba los latidos. Ese nerviosismo y temor eran necesarios para que la sangre brotase bermellón y profusa y para él aquellos instantes lubricaban su imaginación y la aguja.
Cuando pasaban semanas desde el ultimo patronaje, ella se observaba las diminutas marcas que se cicatrizaban formando figuras hermosas, de la misma manera que el encaje se marca en la piel al sentirse aprisionado. Aquellas marcas indelebles habían adornado casi toda su piel, unas filigranas imponentes que él disfrutaba acariciando con sus dedos o apoyando la cara sobre la piel para verlas al trasluz. El dolor valía la pena, ahora lo sabía, pero en los comienzos, cuando le pidió que hiciese con ella lo que más deseaba, cuando le aseguró que estaba preparada y dispuesta, más de una vez temió quedarse a mitad de camino. Hubo momentos durísimos en los que la renuncia se puso sobre la mesa. Él no insistió. Lo entendía, lo valoraba. Y eso fue suficiente para que ella tomase la fuerza que a veces se quedaba tras la puerta y diese un paso más. Uno cada vez.
Ahora, desnuda frente al espejo, observando las líneas en su piel se veía vestida. Podría salir sin pudor alguno y con orgullo sin nada de ropa porque ya llevaba el vestido perfecto. El hilo perfumado se introducía en la piel y serpenteaba bajo la epidermis, horadando finos túneles que giraban de repente o se superponían sobre otros. Cuando necesitaba engalanar aún más el momento, usaba agujas más cortas y gruesas. Se sorprendía ya de la ausencia de dolor y sin embargo, notaba las ásperas manos recorriendo cada centímetro de su piel. Esto era realmente curioso, se había vuelta tan rutinario que podía disfrutar de matices que antes hubieran sido imposibles. Apreciaba los gestos de su cara cuando pensaba que algo podía estar saliendo mal, que el diseño que su cabeza había concebido no se ajustaba a la realidad. Pero entonces, medio sonreía al encontrar la solución al problema y ella se sentía regocijada y henchida por lo que la sangre brotaba de nuevo con alegría.
Siete años después de todo aquel dolor se había convertido en patrón y nunca se había sentido más hermosa.
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