Irremediablemente perdido. Ni siquiera despojado de toda su ropa, enfrentado a la cruda realidad tan solo con la piel. El trayecto terminaba y frente a él, las arenas movedizas que como las sirenas a los marinos, cantaban para que caminase sobre ellas, apostándolo todo y comprobar si tenía la suficiente gallardía en atravesarlas o sin embargo, se hundiría hasta el cuello en sus propias decisiones. Era un páramo sin fin y sin embargo, no necesitaba las melodías armoniosas para decidirse a entrar, de dar el primer paso como siempre hacía, decidido. El pelo sedoso que acariciaba el barro informe, ondulaba como una serpiente, tentando. Los labios rojos eran olas de calor, los dientes blancos reductos de deseo, el olor intenso y aromático y la piel virgen. Miró hacia atrás, allí, en el suelo, las cuerdas. Sintió el frío del barro en sus pies y mirando atrás, comenzó a caminar hacia adelante.
Pensaba en el cáñamo, su salvación, el símbolo de su sensatez, de lo que le hacía mantenerse firme y ser lo que era, pero caminaba sin parar, incluso sabiendo lo incierto del destino, sumergiéndose cada vez más en aquel fango siguiendo el pelo liso y los labios rojos, la piel virgen y el olor intenso y aromático. Como en los espejismos, aparecía y desaparecía, tan pronto el brillo de los ojos creaban un hermoso amanecer como el desplante un violento atardecer. Se le escapaba de las manos y la zozobra hacía que se hundiese un poco más. No importaba.
Inmóvil, incapaz de hacer nada, por primera vez se sintió despojado del poder, aquel que tan solo con la palabra o el gesto conseguía lo que deseaba. El barro cubría todo el cuerpo, el límite, el cuello. El horizonte su refugio, la cuerdas, siempre dispuestas, esperando el roce perfecto. Pero el roce perfecto tan solo miraba, ocultando las palabras y los sentimientos, la respiración contenida, el miedo o el respeto, o ambos. Incluso en lado opuesto de sus cuerdas ella le hacía sonreír, como nadie lo había hecho.
No era tan mal sitio.
Wednesday