167 horas y 59 minutos
Exhausta y dolorida, tendida en la cama saboreando aún el sabor salado del sudor y el metálico del semen, con el pelo sobre la cara y los ojos bien abiertos, mirándole. Se decía que aquella veneración explotaba cada vez que sus manos magullaban su cuerpo, un poco más cada día. Entonces, sin saber el motivo, …