En ciertas ocasiones te topas con alguien que no tiene ni idea de lo que es ni de lo que puede llegar a hacer. Es una suerte y no cabe duda de que estos en particular tardan en darse cuenta de ello. Ahora que le veía con la perspectiva del tiempo y de las vivencias, se dio cuenta de que en todos estos años no había cambiado ni un ápice. Los recuerdos la llevaron a la época en la que tomar una copa era una invitación a entrar en tugurios lúgubres en los que nada más entrar, te vestías del humo de cientos de cigarrillos mientras la música retumbaba en las paredes desconchadas y oscuras. Sonaba Black dog de Led Zeppelin y lo recordaba con tanta claridad como la espesa humareda entre la que se movía con soltura y decisión pese a su juventud. No se conocían pero compartían amistades y allí estaba ella, casi diez años mayor que él intentando averiguar si aquel desparpajo y seguridad eran solo una pose repleta de majadería superficial para llamar la atención de las chicas que les rodeaban o por el contrario, era lo que siempre había visto en hombre más mayores. Mucho más mayores.
La falta de estridencia, las sentencias, los gestos de las manos, suaves y firmes pero enérgicos cuando la situación lo requería. Reía poco, pero con libertad y sin freno, a pleno pulmón. El único humo que vio a su alrededor era el de los demás, nunca le vio coger un cigarrillo y ocupaba las manos siempre con una cerveza, hasta la media noche. Luego la sustituía por bourbon a palo seco. Desde fuera se le veía ajeno a las miradas sin embargo, sus ojos se percataban de casi todo. Todo en él era afilado, los rasgos, la mirada, las palabras y acercarse demasiado sin precaución no te prevenía de un profundo corte emocional. Así lo constató más de una vez. Era demasiado joven para tanta contundencia y por eso mismo no tenía ni idea de lo que realmente era. Un salvaje poderoso sin ningún control sobre lo que hacía. Era como la bola imparable en su camino para derribar los bolos de un strike, una y otra vez sin tener ni puta idea de como se jugaba, ni de la puntuación ni de que después había que volver a colocar los bolos en el mismo lugar, limpiar la bola y devolver los zapatos.
Cuando se quedaron a solas unos instantes, fue directa al grano, le expuso lo que vio, lo que sentía al verle y se dio cuenta que en sus ojos se aclararon un montón de cosas que siempre habían estado ahí, latentes, esperando que algo o alguien apretase el interruptor que encendiese la luz de toda esa oscuridad acumulada. Y aquella luz fulgurante de su mirada tan rápido como vino se fue. En cuanto comprendió todo lo que le contó, todo lo que había visto, era y sería.
Durante un breve periodo de tiempo se convirtió en la maestra de aquel salvaje y descubrió que todo lo que había imaginado era una mínima parte de lo que fue. Ahora, sentada y desnuda en aquel sofá le observaba mientras le daba una calada a un cigarro. La humareda le recordó aquellos acordes de Led Zeppelin y entre la niebla artificial sintió el recuerdo del dolor de las marcas de su piel. Llegó un momento en que no pudo evitar probar aquello que había descubierto, sentirlo en ella para terminar sucumbiendo a una fuerza tan bestial terminó por devorar a la maestra.
Por algo las bestias tienen instinto animal y unas fauces de las que es imposible liberarse.
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