Da igual el tiempo y la distancia. La tinta caía sobre el papel de la misma manera que las botas marcaban el paso sobre la nieve. Era la época del frío, pero bien podría sustituirlo por la arena caliente de la playa. El color sorprendentemente era el mismo. Arena blanca, nieve blanca. La vista se perdía en el horizonte y en la infinitud de aquel paraje helado y blanco. No había vegetación, nada que distrajese la vista y mientras caminaba, entrecerraba los ojos para evitar el reflejo del sol. Hubiese agradecido algo de ventisca con tal de no sentir que caminaba sobre un espejo blanquecino y perfecto que lo único que hacía era que se diera cuenta de cuanto camino había recorrido y cuanto camino aún le quedaba por recorrer.
Al final, siempre los caminos llevan a los mismos lugares y son los trayectos los que nos hacen sentirnos solos o acompañados. El destino es irrelevante si el camino no es fructífero. Toda la vida nos han contado lo contrario, lo importante es llegar, lo importante es participar, lo importante es por qué quieres llegar y qué vas a hacer cuando allí te encuentres. No. Eso no es lo importante porque llegar puede ser más o menos satisfactorio, todo depende de cómo gestiones lo que allí encuentres. Para lo bueno y para lo malo. Pero cuando partes, cuando por fin decides empezar cualquier trayecto vital puedes hacerlo solo o en compañía y durante todo ese proceso te encuentras con abandonos y con encuentros, algunos perduran hasta que alguno encuentra por fin el destino deseado. Ahí es donde creces y te fortaleces incluso en los peores momentos, donde te sacias de la armonía de los colores y los sabores y, sobre todo, donde sufres como un cerdo en pos de aquello que has buscado toda la vida.
Con la nieve sobre los tobillos y los pies empapados, con las manos agrietadas por las cuerdas que siguen aferradas a los sentimientos y con la pluma resbalando de entre los dedos intentaba dibujar aquella escena terrible que tenía ante los ojos de la memoria. Se sorprendió al darse cuenta de que aquello era un recuerdo, pero de algo que él no había vivido, tan intenso y poderoso que era imposible creer que no hubiera estado allí. Pero no estuvo, o no estaría según se mire desde el punto de vista temporal. Aquella visión del cuerpo de la mujer enmascarada no era más que uno de los muchos apuntes que tenía en la memoria y necesitaba glosar y encajar de alguna manera que tuviera sentido. Los nombres salían con facilidad, incluso el de aquella muchacha semi enterrada en el barro y con el cuerpo completamente destruido. Sugar.
Nunca un nombre tuvo tanto sentido, sentenció antes de empezar a escribir la tercera parte.
Wednesday