Le gustaba observar, escuchar, las derivaciones por las que una conversación, como el agua, busca una salida costase lo que costase. Tenían vida propia y casi nadie se daba cuenta de eso, simplemente hablaban y no escuchaban, incapaces de entender la postura del contrario, ni siquiera la del amigo. Era divertido, mucho.

Cuando los roles quedaban claros, se daba cuenta de que lo que ellos pudiesen decir, era irrelevante y mera palabrería. Como todos, el fin, era pavonearse, dejando la impronta de macho alfa con afirmaciones rotundas. Ellas, sin embargo, eran más interesantes, más radicales y violentas en sus argumentaciones pero ignoraban el calado de las mismas. Ellos se daban golpes en el pecho, marcando el territorio, su doma, su caballerosidad, su harén y sus perras y su sometimiento. Pero cuando ante tanto despropósito hacían mella en alguna de aquellas mujeres, rápidamente solicitaban disculpas porque es lo que un buen caballero debe hacer. Una puta mierda, vamos.

El coctel estaba rico pensó, pero era el segundo y aún las tonterías no habían empezado a desperdigarse. Mucho se hablaba de la confianza y del respeto, de la entrega de que tan solo con la mirada un dominante podía transmitir toda la información y saber sin fallo ni duda alguna lo que la sumisa necesita y desea. El amo sabe, al igual que el libro gordo de Petete, como son y serán las cosas. Ellos, cuando se trataba con ligereza el tema, hinchaban el pecho y se acomodaban los pinflois, apretandolos discretamente entre las manos. En verdad creían que estaban un escalón por encima. Ellas, incluso en aquellos instantes, lanzaban ramalazos feministas, de igualdad y superación, con exhortaciones variopintas, como esa de que es la sumisa quien elige el amo, sin la sumisa el amo está perdido…Menos mal que existe Google Maps.

Yo practico BDSM, dijo una así con aire de yo se de lo que hablo y como si de repeticiones de crossfit se tratase. Le hizo dudar sobre si esas practicas eran meras cuestiones sobre un entrenamiento o pensase en serio que el BDSM fuera como una religión. Aunque quien sabe, se dijo, Maradona tiene su iglesia. Lo primero en lo que me fijo de un dominante, prosiguió…no pudo escuchar más porque el coctail le salió por la nariz.

Todos se dieron la vuelta y él sonrió. Disculpad, es que ante tanta gilipollez se me ha salido el Sex on the beach por la nariz. A continuación tuvo a bien contestar sus preguntas con afirmaciones clarificadoras:

– Si, la vainilla me gusta y si es con un brownie, mejor.

Ya bueno, la literatura erótica suele ser una mierda si hay fustas de por medio.

El dolor no enseña, duele.

Prefiero hacer frases que las frases hechas.

Decir que manejar el silencio es más dificil que manejar un látigo es la demostración de no haber cogido un látigo en la puta vida.

– Entonces, si digo que soy dominante ¿automáticamente me llamas señor? Bastante tonto ¿no?

Me parece que no sabéis de lo que habláis, aunque igual estoy confundido.

Se pidió un bourbon, tenía que desengrasar y seguía haciendo tiempo. Es importante en la vida tener criterio, dijo. Criterio propio, el basado no solo en la experiencia sino en el conocimiento. El criterio que se forja mediante la opinión es una puta mierda, porque no nos engañemos, todo el mundo puede opinar de lo que le venga en gana. Vosotros lo hacéis como lo hago yo y tanto la vuestra como la mía no valen un cagarro. ¿Dónde está la experiencia y el conocimiento? En mi caso entrando por la puerta.

La mujer se acercó sonriendo, vestida de manera impecable y muy diferente a él. Se atusó la barba y se bebió el bourbon de un trago. Se levantó y ella le dio un beso en la mejilla, incluso con aquellos tacones tuvo que ponerse de puntillas. Después dio un paso atrás y bajó la mirada echando las manos hacia su espalda. Sylvie, dijo, saluda educadamente a estos caballeros y a sus damas.

Salieron por la puerta, hacía una tarde magnífica, sobre todo para follar y no para decir tonterías. Oye, ¿qué se me da mejor, manejar el látigo o los silencios? Los dos mi señor, pero prefiero el látigo, asi hay algo que acompaña mis gritos, sonrió Sylvie.

 

Wednesday