Entre tanta curva conseguía delimitar la vida en líneas absolutamente rectas. Mientras ella dormitaba, en esos momentos donde el sueño aún no se ha apoderado de la consciencia y, a través de los ojos, la luz mortecina que se atrevía a entrar por las rendijas de la ventana, podía ver como con la mirada guiaba los dedos por su espalda. Con qué poco le daba tanto, se decía mientras se apresuraba a zambullirse en la neblina profunda de las ensoñaciones. Él, sin embargo, despierto y alerta, conseguía dibujar como si la escuadra y el cartabón estuvieran entre los dedos. Pulsaba con el dedo en la base de la nuca y trazaba la línea, despacio, con mesura, sin casi presión, ladeando la columna, notando los nudos de los huesos vertebrales. Uno a uno.
Con otro dedo, acariciaba el pubis, de arriba a abajo y de abajo a arriba para remover los músculos en ese arqueo fabuloso que terminaba con un pellizco en el clítoris, un latigazo de las caderas y el derrumbe de la espalda hasta que se colocaba como a él le gustaba. Entonces, con la otra mano, volvía a descender con parsimonia. De vez en cuando, ella, aún en pugna con el sueño, en la vigilia donde no tenemos la certeza si lo que nuestra mente imagina es la realidad o una ensoñación, volvía a moverse serpenteando sobre la sabana sin desplazarse. Entonces ella paraba y él también para volver a empezar en el pubis, arriba y abajo. Abajo y arriba. Ella sentía que cada caricia empujaba a su mente al sueño y él organizaba el cuerpo a su antojo. Cuando terminaba, dejaba el dedo apoyado en la rabadilla, ejerciendo una presión constante. Recogía con la otra mano el pelo y lo estiraba hasta dejarlo en tensión.
Cuando el dedo entraba en el culo, sin avisar, como las pesadillas en nuestros sueños, ella se quedaba sin aire y se incorporaba. En ese momento, él tiraba del pelo creando una tensión perfecta, crujiendo las vértebras, levantando las pantorrillas, arqueando las plantas de los pies. Anudaba los tobillos con un lazo y sonreía. Después unía la cuerda con el pelo y se separaba, sacando el dedo y permitiendo que el cuerpo se relajase, produciendo un balanceo maravilloso. Se sentaba en el suelo, desnudo y dibujaba el movimiento y su belleza con líneas rectas mientras le cantaba en susurros para que volviera a meterse en la neblina de los sueños.
Wednesday