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Cuando puso la mano sobre su cabeza, la espera se había tornado en plenitud. Ella, aliviada y por fin libre, descubrió por primera vez la luz que durante tanto tiempo buscó. Sintió el calor del suelo penetrar en sus rodillas. Las tinieblas se disiparon y la claridad del día iluminó todo lo que ella era. Este día quedaría marcado como el comienzo de todo, de aquello que siempre anheló y que por fin tenía sentido. Y el silencio lo llenó todo y comprendió que a su lado incluso el vacío tenía sentido.
Entonces, al día siguiente, la barrera que los separaba y que era invisible tomó forma. El aire que él respiraba era el que ella deseaba, el sudor que le producía, el maná de su existencia. Entre ellos se creó el cielo y en la distancia, era el mismo aire el que ambos respiraban. La presión de ese entorno gaseoso comenzó a licuar las emociones en flujo, lágrimas y sangre. Pero los ríos merecían una tierra que regar.
El tercer día, el mancilló el cuerpo, creando continentes diferenciados por las marcas. Conquistó la tierra que había hecho suya y le dio vida. Los temblores de la tierra, epicentro de los orgasmos, empezaron a dejar fluir el agua que daba vida y sentido a todo aquello. Los árboles enraizaron profundamente y poblaron cada terminación nerviosa de aquella nueva tierra. Y todo eso era bueno.
El cuarto día, vio las estrellas, el firmamento del dolor y del placer donde la luz y la oscuridad se entrelazaban, donde la vorágine y la inmensidad de todo el universo se concentraba en las manos, duras y flexibles, moldeando a su placer las galaxias en espiral en las que se convertían sus pezones.
El quinto día, la vida arrolló aquella tierra virgen y fértil. Los dedos se convirtieron en insectos recorriendo la piel, los pájaros volaron a su alrededor y los peces agitaron con violencia inusitada los océanos. Su cuerpo, por fin, tenía vida y la piel, ardiente clamaba por el orden proveniente de su creador. Y todo aquello fue bueno.
El sexto día, el resto de la vida, la que en estampida recorría todo su ser, rugía, aullaba y ladraba clavó los dientes en la carne todavía templada mientras las erupciones, temblores y maremotos continuaban configurando su ser. Y le sentía más cerca cada vez, con la mirada aún velada, sintiendo sólo la figura portentosa de su creador.
Entonces, la otra mano acarició su rostro y él dio vida a su creación más perfecta, le dio lenguaje y leyes, órdenes y le enseñó cuál era su sitio. Cuando se apartó contemplo la belleza de lo que había creado y se sintió bien y realizado, mirando la luz de la sonrisa, las estrellas de sus ojos, los continentes de su piel, los animales de sus emociones, los mares de su sexo y los ríos de sus lágrimas. Quiso descansar.
Al séptimo día, ella preguntó. ¿Hay otras como yo?

No existe la perfección sintió y agarrando su rostro con las manos le dijo: “Aprende porque hay cosas que no podré enseñarte. Los celos, son cosa tuya, aprende de ellos, pero no me nombres en vano. Son tu problema.”

Wednesday

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